12 Sep

SUITE EL TERMÓMETRO

TERMÓMETRO

Cinco micropiezas de música fácil sin instrumentar para cualquier tipo de grupo, coro u orquesta.

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Algunos consejos a tener en cuenta en su interpretación:

• Estas micropiezas están a medio terminar: es el intérprete quien debe acabar de componerlas eligiendo entre las muchas variables que se brindan. Por lo tanto, no deben ser interpretadas tal y como están escritas, sino que se deben manipular, arreglar y adaptar a cada circunstancia y a cada grupo.
• Están pensadas para ser interpretadas por la agrupación orquestal heterogénea de una Escuela de Música (mezcla de cuerdas, vientos, guitarras, voces, percusión didáctica … ) La orquestación debe hacerse sobre la marcha.
• Son fáciles de tocar y de cantar, todas ellas se mueven por grados conjuntos y obedeciendo a escalas conocidas. Se aconseja que se canten, se toquen y se aprendan de memoria, todo ello en el orden que el enseñante decida.
• El ciclo de piezas está pensado para ser interpretado íntegro, en el orden señalado y sin solución de continuidad. Ahora bien, si se desea se puede alterar su colocación, interpretar una selección de ellas, o tocar una sola.
• La estructura de cada una de las piezas y la forma de hacer las transiciones entre ellas se decidirá democráticamente: cada una de sus partes (A, B, C … ) se pueden -deben- repetir y ordenar como se desee. Las dinámicas estarán sujetas a estas decisiones.
• La Suite también se presta a incorporar algo de teatro: empezar en camisa remangada, con abanicos y haciendo gestos de sofoco; conforme baja la temperatura los músicos pueden ir protegiéndose contra el frío.

La pieza Calor fue compuesta como ejercicio de clase para el Curso de Música de Cámara «Luigi Boccherini», en agosto de 1993, en Arenas de San Pedro (Avila). El resto de la suite, encargo de César Cabrera, en enero de 1998, entre Castejón (Navarra) y Madrid.

08 Sep

Rudy Armstrong Quartet – Audios

Rudy 8

01 Quisiera ser

02 Cerezo rosa

03 Cola Cao Blues

04 Achicornia

05 Hello Dolly

06 Balada triste de trompetilla

07 Bassin Street Blues

08 Islas Canarias

09 Güendesén

25 Ago

La maestra, el increíble caso de Elisa Roche

El increíble caso de Elisa Roche, la Maestra

Se mire por donde se mire Elisa Roche (a partir de ahora “la Maestra”) ha roto todos los moldes establecidos en la educación musical de nuestro país. Quienes hemos estado durante años cerca de ella hemos comprobado que el suyo es un caso asombroso, entre otras cosas por la abnegación y perseverancia que tuvo en un trabajo multidireccional dirigido a mejorar (normalizar) la música de nuestro país. Sus alumnos nunca la hemos considerado profesora, porque el término se le queda enano; desde el principio sabíamos que ella se encontraba en el olimpo de los maestros, ese estadio máximo de la educación que jamás coloca hormas para obtener hijos clónicos, sino que investiga las posibilidades de cada cual para potenciarlas.

Para la Maestra no valían las expresiones, tan extendidas, de “no sé si podré”, “no me atrevo”… Cuando estaba convencida de que un aspecto de la educación musical era mejorable se zambullía en él (estudio, profundización, planificación…) hasta encontrar la solución adecuada. Proyectaba su sabía mirada desde diferentes puntos: el minarete le permitía observar los proyectos con perspectiva histórica y extensión planetaria; la lupa le ayudaba a atacarlos desde la base, al detalle. Con un arrojo, con una ausencia total de miedo, que atribuimos a los héroes, la Maestra se enfrentaba a los problemas con el estilete de su mirada, su privilegiado don de análisis, y un atinado ojo clínico.

En la última etapa de su vida (después del injusto cese como Asesora del Ministerio de Educación), su casa se transformó en una asesoría secreta, donde un trasiego continuo de gentes (algunos con gafas oscuras y cuellos levantados para no ser descubiertos) suspiraban porque la Maestra iluminara las sendas que no conocían o no se atrevían a seguir (varias Comunidades han puesto a punto sus sistemas de enseñanza musical gracias a sus consejos en la sombra). ¿Todos somos prescindibles?, no es cierto: el mayor problema social que se ha suscitado ante su desaparición es que nadie es capaz en estos momentos (desaparecida también Almudena Cano) de continuar con su trabajo, pues no es fácil poseer la visión global de la educación musical ni la clarividencia del futuro como tuvo ella.

Ahora se están viendo los cambios que propició la Maestra durante sus años de trabajo. Si una caterva de cuervos envidiosos no le hubiera puesto zancadilla tras zancadilla, si se hubieran podido poner en marcha sus últimos planes, si en la cúpula de las decisiones hubieran confiado en su tino, España ahora sería Finlandia. Gracias a la Maestra. Estoy convencido de que su legado postrero será plenamente entendido en unas cuantas décadas. Eso es normal, eso pasa siempre con los maestros.

© Fernando Palacios, 2009

25 Ago

Castejón: Álbum de fotos

Castejón: Álbum de fotos
Ayuntamiento de Castejón (Navarra). 2000
Ángel Larrea. Fernando Palacios. Javier Velaza

 

UN ÁLBUM DE FOTOS

Un álbum de fotos es una colección de miradas y poses, una reunión de minúsculas ventanas cuyas figuras, unidas por múltiples vínculos, representan una forma de convivencia. Los álbumes de fotografías antiguas y viejas se nos presentan como paradójicos juegos de espejos y tiempos: lugares, personas y objetos vestidos de otras épocas que, desde su pasado de papel, espían implacables nuestro presente, que será nuevamente observado en un sucesivo libro de fotografías que, a su vez, será el pasado de futuros presentes. Además, en los álbumes heterogéneos, como éste, dicho juego supera el estatus de paradoja para alcanzar la suprema categoría de contradicción: ¿arte o documento?, ¿historia o memoria?, ¿instante o eternidad?, ¿momento único o persistencia?, ¿pasado o presente?, ¿naturaleza muerta o viva?,  ¿realidad o tergiversación?…

Pero la fotografía no sólo es un ojo quieto, un documento, un excitante medio de comunicación, sino que también emociona y mueve a reflexión. Las colecciones de fotografías ponen a prueba nuestra sensibilidad y capacidad de penetración en las miradas, paisajes y naturalezas muertas. En ellas podemos vivir las emociones de los protagonistas, pasear nuevamente por calles que el tiempo ya ha cambiado -como tantas letras de tango- y recrear los sabores y olores de antaño. Las fotos captan la acción de la vida y, con su tenue halo de emoción, internan nuestros sentidos en la conciencia, nos introducen en un túnel del tiempo de ida y vuelta, son puntos de intercambio de tiempos y espacios. La lectura de una colección de fotos nos aproxima a la historia del mundo, es el mundo visto con lupa.

La fotografía también es oficio, técnica y mecanismo. Aquí tenemos, barajados al azar, el escrupuloso ojo del profesional junto a la mirada anónima del aficionado -engullida por la propia cámara-, y la instantánea pensada y preparada junto al “click” inesperado. Los fotógrafos de este libro -muchos de ellos anónimos- observan y dan testimonio de ese universo austero, amable y, a veces, brutal, que es la vida de un pueblo. Aprovechan momentos y ambientes que les sean posteriormente rentables, intentan captar lo esencial, el instante. En ocasiones les mueve la denuncia; otras mienten con su cámara y, la mayoría de las veces, aprietan el disparador con el único objetivo de agradar a su cliente. Y, sin ellos pretenderlo, la foto acaba conteniendo más información de la que pensaron. Quién capta a quién, ¿el fotógrafo a las imágenes, o las imágenes al fotógrafo? Pregunta sin respuesta.

LAS IMÁGENES DE UNA PEQUEÑA HISTORIA

Desde el punto de vista fotográfico, Castejón tiene la misma antigüedad que la de otros pueblos y ciudades con más “solera”: más de un siglo. Esto es algo que hemos comprobado a medida que se ha ido investigando su curioso historial de imágenes y se ha acrecentado la documentación aportada por las familias del pueblo.

Para reunir esta colección se han abierto cofres, exhumado álbumes, desempolvado cajas de “colacao”… El afán que ha movido a los conciudadanos de Castejón a colaborar en este libro y en las exposiciones previas ha sido el de revivir -segunda gran paradoja de la fotografía- pasados más o menos lejanos. Aunque la colaboración ha sido ejemplar -aquí hay una selección de unos pocos cientos de un total de unos cuantos miles-, produce una cierta melancolía pensar en las fotos olvidadas que se han quedado sin ver la luz y ya no pueden figurar aquí. Y estremecen más todavía las noticias que nos llegan de baúles repletos de objetos, recuerdos y fotos antiguas que, no hace mucho tiempo, han ardido en esa pira de renovación continua y adoración al presente en que vivimos. En esas quemas se han esfumado fotos únicas que ya nadie tiene: la de los cientos de carros que venían a facturar la remolacha, cuya fila llegaba hasta el Canal; el torreón que alimentó con sus ladrillos la actual Plaza de Abastos; el ambiente del Barrio Verde, los viajes del Pontón, las apariciones del helicóptero de Pío Tejada; los haigas de los toreros que se hospedaban en el Colavidas antes de ir a las corridas de Alfaro; la bajada de los Reyes Magos en el tren procedente de Oriente con destino Castejón… Fotos singulares que complementarían las aquí expuestas y que ya sólo podemos imaginar.

Al final, el producto de tantos desvelos se materializa en este retrato de la vida de un pueblo a través de un siglo que concluye. En él desfilan gentes que ríen, posan, trabajan, rezan, cantan y beben. Hay primeros planos, retratos, fotos de familias, de amigos, grupos de trabajadores… La frontalidad y el estatismo chocan con la gran expresividad de ciertas caras y la naturalidad y dignidad de sus actitudes. Se observa a simple vista que predominan las fotos donde la gente posa, lo cual convierte el álbum en un canto reivindicativo del ¡sonría, por favor!. Aún así, nos encontramos con algunas excepciones: momentos de acción (frente a vacas, pelotas y balones), desfiles y actuaciones (donde el rito conlleva su parte de pose) y, naturalmente, los paisajes, siempre dispuestos a ser fotografiados. No hay documentos donde destaque el sufrimiento, porque en los pueblos el sufrimiento no se suele fotografiar.

Es curioso observar antiguos documentos de fotógrafos de máxima categoría (como es el caso de Laurent), con el encuadre y la luz medidos de forma meticulosa, al lado de otras milagrosas instantáneas tomadas por improvisados paseantes al heróico grito de: ¿dónde se preta? Tampoco menudean los paparazzi por sus calles: los únicos fotógrafos profesionales que constan aquí son aquellos que se ganan la vida reflejando con sus cámaras los momentos que todos quieren guardar para recordar el día de mañana. Este es, por tanto, un álbum de fotógrafos anónimos, de imágenes de un pueblo a lo largo de más de un siglo que perviven en el tiempo.

UN PUEBLO DE MUCHOS HUMOS

Érase un pueblo a una estación pegado, un lugar donde el cierzo cogía carrerilla y el Ebro alcanzaba su punto más peligroso, por ser la zona donde confluye el caudaloso Aragón. Un pueblo raro, finolis, de “muchos humos” y sin historia, para unos; distinto, cosmopolita, abierto y sin caciques, para otros. Siempre ha habido opiniones para todos los gustos, desde los que decían: !Ah, sí!, ese lugar de malos humos, donde para tanto el tren y no se ve a nadie…, hasta los que defendían su antiguo lema: Castejón, París, Londres. En fin, parece evidente que es un pueblo que nunca ha dejado a nadie indiferente. En cualquier caso, las diferencias entre los pueblos se han ido acortando en los últimos tiempos: hoy día ya a nadie asombra el trajín de vías y trenes, ese “nuevo mundo” que dejaba con la boca abierta a quienes, por los años treinta, llegaban desde los alrededores a tomar los expresos.

Exceptuando cinco o seis magníficas construcciones (la Harinera, los Toldos, la Estación, el Torreón y los puentes, ya que la casa de los Condes y la Casa Grande han sucumbido a la indiferencia), se puede afirmar -sin llegar a la ofensa- que este pueblo no puede presumir demasiado de belleza arquitectónica, ni de joyas espectaculares del arte. Nos han hablado de unos jóvenes madrileños que, perdidos en su cuadrícula, pedían auxilio por teléfono en estos términos: Estamos en una especie de poblado del Oeste, donde el viento juega con las cañas y arrastra brozas por las calles… ¿es esto Castejón?.

Ahora bien, al ser un punto de encuentro, un cruce de caminos, ha aglutinado a familias aterrizadas desde todos los puntos de la geografía española, a trabajadores del ferrocarril y de la construcción que arriban para un trabajo esporádico y después se quedan, a personajes independientes e insólitos que buscan facilidad de movimientos, libertad y cosmopolitismo. El revoltijo de toda esta coctelera, el cruce de culturas, es lo que le da desde sus inicios a este pueblo un punto especial de independencia y puertas abiertas… y en eso tiene un lejano parentesco con los puertos de mar, con los asentamientos improvisados de los adelantados. Por eso no ha de extrañarnos la cantidad de personajes increíbles que por aquí han pasado, ni la muy curiosa colección de iniciativas empresariales a reducida escala y pequeños negocios -más bien poco habituales- que se han montado y desmontado a lo largo de los años: juguetes de madera, muñecos de peluche, tijeras, lejías, refrescos, barquillos, hielo, helados, perdigones, harina, creosotados, toldos, tejería, alpargatas, alabastros… Todo un variado microcosmos, un mundo variopinto y autosuficiente en miniatura.

CONCURRENCIA DE FAMILIAS Y PERSONAJES

De las primeras familias que recalaron en Castejón no hay muchos documentos gráficos. Ahora bien, los pocos que hay son muy buenos. En el primero de ellos aparecen tres familias reunidas en un solo disparo (González, Romanos y Belloso) (*): sobriedad, caras serias -todavía no se llevaba sonreír en la foto-, el mejor traje y vestido del armario, predominio del negro y el blanco, boinas de distinta procedencia, garbosa y aérea formación de arco, escuetos ladrillos de fondo… imagen perfecta de los azarosos años veinte y de la inestabilidad del lugar al que han llegado. El segundo, la familia Mesa casi al completo (*) -todavía llegarían más tarde unos gemelos- en precisa formación de escalera y alineados con el castrense “mano al hombro”.

Los retratos que siguen son un escaparate de miradas: el temor de los niños ante esa caja con patas en la que mete la cabeza un señor contrasta con la seguridad de ese abuelo con aspecto de lobo de mar (*); los del alguacil y sus amigos, que intentan contener la alegría de un momento irrepetible (*); los diez ojos de esos niños, tan requetelimpios, que miran más a las indicaciones de sus padres que a las del fotógrafo (*); de los tres retratos de cuerpo entero, la autosuficiencia del soldado, la interrogativa de la joven y la nobleza de los que se entreven en la caseta del guardia (*); y la serenidad y sinceridad que se aprecia en las miradas de las familias que posan tranquilas sobre el pretencioso fondo del estudio fotográfico (*).

A lo largo de su siglo de historia, Castejón puede presumir de haber sido centro, no sólo de trabajadores del ferrocarril, llegados desde todos los puntos de España -algunos jefes de estación de cultura extraordinaria-, y de perseverantes currantes del campo y del sector servicios, sino también de haber acogido con naturalidad a cualquier viajero que se detuviera a echar una ojeada. Todos son bienvenidos, igual da origen que beneficio; Castejón cobija tanto a crupieres y vagabundos como a guardia civiles, a estafadores e inventores como a curas y monjas, a maletillas y  prostitutas como a artistas… En este micromundo que comentamos tampoco podían faltar quienes, con el desparpajo que les da el haber pasado por lugares parecidos a este, parasitan en la cartera del común trabajador y viven a su costa. En la memoria de nuestros mayores -ya que no llegaron a ser recogidas por el magnetoscopio de una cámara- están grabadas escenas que parecen salidas de alguna película del neorrealismo italiano: la llegada, a primeros de mes, con una lentitud cercana al caracol, del tren Mixto con el dinero para pagar a los trabajadores del ferrocarril y con un vagón muy especial, enganchado al final, de alegres chicas; las timbas en los cafés del otro lado de las vías, con jugadores de cartas profesionales que llegaban y se iban de forma fantasmal en los humeantes expresos nocturnos, dejando una envidiada estela de gansters americanos; o la tumultuosa acumulación de viajeros en el Restaurante de la Estación a las horas punta de la noche, solicitando sus famosas tortillas francesas.

Al igual que el madrileño, el castejonero no necesita haber nacido en el pueblo para sentirse de él. Posiblemente ninguna de las personas inolvidables de las que hablaremos nació en Castejón y, sin embargo, no podemos imaginar que haya alguien que se identifique más con este pueblo que ellas. Es gente autónoma, con personalidad acusada y, sobre todo, con mucha chispa. De entre unos y otros destacan todos aquellos “figuras” que han dado identidad al lugar, gentes irrepetibles que han convertido la vida de un pueblo en un planeta autosuficiente donde, cual si fuera un espejismo, todo parece estar en su sitio, nada se echa en falta. Extralimitándonos un poco podríamos pensar que el colectivo de un pueblo de estas curiosas características tiende a sentir una misteriosa pena por el resto de los mortales que no tiene el privilegio de vivir allí.

De la época del cambalache -otra vez sale a relucir el tango-, es decir, alrededor de la guerra civil, merece la pena recordar a varios personajes. Como El Timota, que pregonaba por las esquinas noticias de esta catadura: en casa el Marri ha parido la hija un ternero y la vaca ha dao a luz un chiquillo; o El Calonge, medio barbero, medio químico que, con ceniza blanca de la leña, hacía un potingue para combatir el piojuelo de las gallinas, la sarna, el estreñimiento y otras muchas enfermedades; el Tío Lisio (¿Civiltávecchia?) que, con aspecto de Quijote sobre su caballería, se llegó a beber una botella de coñac de un trago; el Tío Melitón, practicante sin titulación, que curaba todo con la crema del mismo bote; el Americano, con su bar (*), sus bigotes, su jardín, su residencia y “muchas otras cosas más”.

De la siguiente hornada no pueden faltar: José, el Ciego, que se tropezaba por todas las esquinas con su aspecto de profeta de otros tiempos; el Risriás, desfilando por la carretera y anunciando el menú del día; la Ramona, gitana anciana que, acompañada de su nietecilla y de un pertinaz reduma, vivía en una chabola pegada al campo de fútbol, a la que acudían los Reyes Magos con lágrimas en los ojos a entregarle unos regalos. Dejamos en una apartado especial a los dos más venerados por toda la población: el Benitín (*), una fuerza de la naturaleza, una revelación cósmica, la viva imagen de la eternidad, un polifacético e inteligente personaje (zapatero, chamarilero, negociante, filósofo, pesador de la báscula, viajero en bicicleta) del que se podrían -y deberían- escribir varios libros; y el incomparable Posible (*), gran maestro callejero de baile, inventor de todo un estilo de vida, adelantado en la práctica del hedonismo contemporáneo, concienzudo bebedor de vino y catedrático en las artes del buen comportamiento para varias generaciones.

Y en este cuento de nunca acabar, debemos destacar en los últimos tiempos a El Amalio (*), el ciego con más habilidad para jugar al mus que se ha llegado a conocer por estas tierras; El Botas, cuya barbería derrochaba un ambiente que haría palidecer a la de El Barberillo de Lavapiés; Los Manchegos, perpetuos buscadores del motor autopropulsado; El Sebastián, que pagaba durante las fiestas con bonos especiales, que no eran sino recortes de su sombrero; El Limpia, al que hemos visto lustrar zapatos a escupitajo limpio; y tantos otros: El Narciso y su eterna sonrisa, El Catolo y su barca, El Casiano y sus inventos, El Alegría… Un cosmos construido a base de escenas de películas como El maquinista de la general, La leyenda de la ciudad sin nombre o La última película.

SOMOS LO QUE COMEMOS (Y BEBEMOS)

Según cuentan, fueron famosos en Castejón sus carnavales de antes de la guerra. Lugares donde hacer la fiesta, desde luego, no faltaban: la “Sociedad Instructivo-Recreativa La Palmira”, un ejemplo inaudito de iniciativa comunitaria en el año 16 (les recomiendo que lean el estudio de Enrique Morancho en el programa de fiestas del año 96), cuyos carnavales eran sonados -cuentan que la apoteosis se vivió una noche en que invitaron al baile a una novilla disfrazada-; el Teatro del Cans, donde trabajaba toda la familia que le daba nombre, antes de que se transformara en “Rosales” y se dedicara a poner en práctica la letra de otro tango: A media luz; y el Teatro Arturo Serrano, del que todavía se conservan las ruinas del incendio producido allá por el año 48 (algunos aseguran que la catástrofe sobrevino a causa de la proyección de la infame película La Lola se va a Los Puertos). De aquellos carnavales se mantienen en perfecto estado de salud algunas fotos multitudinarias con un sinfín de cabecillas, ideal para jugar a ¿Dónde está Wally? (*).

Castejón, pueblo de gran tradición republicana y sin ermita para hacer romerías, marca el 1 de mayo con el señuelo de Día de las Merendolas (*): calderillos de conejo (con posibilidad de ser sustituido por madrillas y cangrejos si se daba bien la pesca de la mañana), chuletillas al sarmiento, ensaladas del huerto y brazos de gitano (con perdón), rematados por un café de puchero, ampliado la mayoría de las veces a completo (cortado, copa de cadenas y farias al morro). ¡Qué buen día para hacerse una foto!

En este caso sí que un par de imágenes valen más que cualquier comentario: los dos grupos de chicas que posan con gran espontaneidad  mejor que las profesionales-, exultantes de diversión (*), en la hierba del Soto y en la Casa de los Condes, son perfectos ejemplos de fotografías bien hechas, perfectamente encuadradas, con una luz inmejorable de la tarde y un movimiento ondulado general que les confiere una fuerte carga poética y no menos sentimental. La textura de los vestidos, la dirección de las caras, la tensión y disposición de los brazos y la naturaleza que las envuelve en perfecta armonía son detalles que las convierten en pequeñas obras maestras de la fotografía sin pretensiones.

Ya que estamos con la pitanza, y antes de llegar al punto culminante de las Fiestas, demos un breve recorrido por otros dulces momentos: el carrico del helado (*), aparcado en la esquina de siempre -la del Madriles-, al que han acudido dos niños al reclamo del pregón: hay helao, hay polo rico polo; y el carrillo de chucherías de la risueña Señora Vicenta (*), en la esquina de al lado -la del Estanco-, rodeado de auténticos expertos en sidrales, pan de higos, chufas, pipas con sal, gominolas y otras delicias por el estilo -interesante ver en un extremo, rebuscando calderilla, a La Estañadora, mientras en el otro unos jóvenes platican vestidos de riguroso traje de los domingos.

A lo largo del año hay ciertas fechas que rompen la monotonía diaria del pueblo y desatan su euforia. Tres fotos nos muestran otras tantas celebraciones al aire libre: el día de San Cristóbal -patrón de los conductores-, con su procesión de camionetas y coches engalanados (*); la “javierada”, gran romería deportiva iniciático-religiosa al castillo de Javier (*); y una jornada de caza de tordos en el Soto, bajo la custodia de la guardia civil (*).

Dejamos la calle y nos metemos en los bares. Allí es donde se vive gran parte de la movida del pueblo. En su condición de lugares en los que concurre de manera continuada la gente, se convierten en los sitios ideales para hacer una evaluación del pensamiento y la vida de un pueblo. Son los recintos elegidos para pasarse con la bebida, y arrepentirse horas después. De este arrepentimiento viene aquella petición quejumbrosa en el Bar Arellano en la mañana de la resaca: Miguel, estoy jodido; ocho vasos de agua con sidral para seguir viviendo. De la multitud de fotos de bares hemos espigado estas tres: la batería de pinchos, gabardinas y vermuts del Galdámez (*); la barra de la taberna El Burrero, donde una de botella de vino a granel es escoltada por unos cuantos parroquianos(*); y el movimiento y la alegría recogidos en una extraordinaria e irrepetible foto del bar del Frontón (*).

FIESTAS

Llegamos a las fiestas. En términos generales, las Fiestas Patronales de Castejón no tienen ninguna característica especial que las diferencie de las de otros pueblos de alrededor, si no es la fortuita de ser las primeras del verano, por lo que se toman con singular entusiasmo. Con algunas variantes, las actividades fundamentales de las fiestas permanecen inalterables a lo largo de los tiempos, a saber: diana -¡maldita diana!-, Salve y procesión (*), plaza y encierros -siempre mucho encierro-(*), alegría de las peñas, zurracapote, caballitos, vacas -siempre mucha vaca-vaca-, disfraces (*), charanga, charlotada (*), meriendas (*), cenas, recenas, carrera ciclista ya no- (*), vermut con orquesta, café con orquesta, baile por la tarde, animadora (*), baile por la noche, fuegos, toro de fuego, bares -siempre muchos bares-…

Y, entre medias, mientras paseamos por la carretera, o salimos de un bar, un señor que nos aborda, armado con una cámara vieja y un flash pegado con esparadrapo que, fingiendo una sonrisa, nos dice aquello de… ¿Qué, una foto…? Pues bien, gracias a esos profesionales que nos hacían posar casi siempre a la fuerza, nos pedían una sonrisa, nos cobraban por adelantado y nos mandaban la foto por correo, existen libros como éste, gracias a ellos podemos asistir ahora a este muestrario en blanco y negro, que, por cierto, es una mínima parte del inacabable y monótono repertorio fotográfico festivo que hemos barajado (hay que tener en cuenta que la mitad de las fotos de ciclo anual de un pueblo son de fiestas, que es cuando hay fotógrafo seguro por la calle). Abundan las fotografías de peñas, con sus camisolas y pancartas, en actitudes de manifiesta alegría: La Peña Taurina, El Bureo, La Bota, Los Nocturnos (*), La Farra (*), Dena Ona y La Única (*), El Disloque, El Rumbo (*), La Palanca (*), Las Cometas, La Chispa (*), etc., etc. No faltan tampoco instantáneas de encierros (*), de vacas en inferioridad de condiciones (*), de calderillos rodeados de expertos catadores (*), de grupos posando ante un telón naïf donde hay pintado un palacio oriental (*) -¡qué cuellos de camisa!, ¡qué blancura de alpargatas!- Pero, sobre todo, de las que más hay es de grupos de amigos que aprovechan el desenfreno generalizado de la fiesta para llamar al fotógrafo ambulante y hacerse una foto desinhibida, con algo de atrezzo (sombrero, pañuelo, bota, trompetilla, piruleta, manzana de caramelo…) y sonrisa panorámica (*).

De entre el esquema inalterable de fiestas, destacamos una experiencia puntual y estelar que aconteció en el año 58: fue la demostración coreográfica que hizo la Peña La Farra (*) en aquella improvisada plaza cuadrada de maderos, carros, toldos y burladeros pintados por las cuadrillas, cuyo ambiente no se ha superado jamás (*).

BANDAS, COROS, GUITARRAS

En Castejón la música ha tenido una vida azarosa y muy desigual. Las cotas más altas de reconocimiento popular las alcanzó entre los años ¿66 y 75? la heroica Coral Virgen del Amparo -¿se han fijado que en este pueblo lo que no es de la Virgen del Amparo es de San Francisco Javier?-, una modesta agrupación iniciada por el cura Don Félix (*) y continuada por José Manuel (*) -vástago de los Jiménez, única familia de músicos del pueblo y componentes de la Orquesta de Baile del Frontón- que se merendó repetidas veces el Festival de Habaneras de Torrevieja con su estilo fresco y joven y con un repertorio al que podríamos denominar “polifónico-pop”. Antes de la aparición de este “boom”, habíamos visto languidecer varias agrupaciones corales; una antigua Banda Municipal de Música que, por el año 35, agrupaba a niños de diez a dieciséis años bajo la dirección de D. Quintín Caballero; otra posterior de gran tamaño; y algunos grupos de música callejera. Más tarde vieron la luz más experiencias que no han tenido continuidad, como el grupo de pop Los Gambux (*), la rondalla de chavales organizada por Don Ángel, el cura, -de la que no tenemos ningún documento fotográfico- y el Grupo de Jotas ¿¿¿??? (*), bajo la dirección de Maribel ¿¿¿??? -también de familia de grandes joteros: tanto ella como su primo José Luis han alcanzado varios importantes premios en la especialidad.

La figura musical más destacada que ha pasado por Castejón durante estos años ha sido, seguramente, Victor Alfaro, un ¿factor de Renfe? enamorado del pueblo, con conocimientos e inquietudes musicales, autor de algún que otro pasodoble taurino -su pasodoble Fermín Murillo se sigue escuchando en la Semana Grande de Bilbao-, fundador de orquestinas deliciosas (*) -atención a la instantánea extraordinaria que recoge la Agrupación Musical de Castejón, liderada por el Sr. Alfaro, que empuña como un auténtico profesional el violín, rodeado por los hermanos Jorge y el “Tío Patillas” a los vientos, un guapo guitarrista y dos infatigables escanciadores de licor- e incansable animador musical: de sus desvelos nació el grupo Guitarras Castejón (*), que dejó una estela de afición a la guitarra y algún que otro profesional.

© Fernando Palacios
Madrid, otoño del 99

 

 

 

24 Ago

Origen

ORIGEN

Prólogo para el libro de poemas “Origen”, de Ulyses Villanueva
Fernando Palacios

La cita de María Zambrano que encabeza este poemario (“Escribir es defender la soledad en que se está”) es toda una declaración de principios. En ellos, la pluma de Ulyses Villanueva se reafirma con ahínco y espíritu de farero, con un inalienable derecho a huir del ruido para encontrar un espacio de silencio, un lugar de retiro, donde, sin descentrar su mirada ni renunciar a la ciudad, poder reflexionar, condensar y escribir. Los personajes que describe Villanueva parecen salidos de los cuadros de Vermeer, Friedrich, Hammershoi o Hopper: siempre están solos, enfrentados a sí mismos, al amparo de puertas y ventanas, en estancias silenciosas…

No hay alegrías ni atisbos de felicidad, sino surcos de pasado que se abren paso en pensamientos mudos, emergidos a contraluz por las indagaciones del poeta. Hay poemas cargados de misterio, frente a otros de denuncia que toman la forma de guión embrionario. En los recorridos que nos marca el libro, somos invitados a visitar acantilados y abismos, a sumirnos en huecos y vacíos, a adentrarnos en raíces y oscuridades; es allá, en la ausencia y las profundidades, donde Ulyses encuentra su lugar; de allí salen sus ancianos, marineros, árboles y demás criaturas, que son invitados por el poeta a mostrarnos unos mundos en los que, como en toda la poesía de verdad, nos reflejamos.

Leo este libro mientras escucho a lo lejos, casi de forma inconsciente, las últimas piezas de Brahms que mi mujer –pura coincidencia­– interpreta al piano. Quizás por las ansias de compartir mundos de estos versos, se acomodan e integran sus ritmos a las melodías lejanas del piano con la perfección de un trilero, precisamente con esa música testimonial que tantas dificultades muestra para encontrar otra compañía que no sea la pura soledad. Será por eso, por su persistencia en hablar de silencios y soledades, que los poemas nos remiten a la más misteriosa expresión de la comunicación sonora.

En esa mirada de Ulyses (por cierto, qué suerte llevar ese nombre) que antes comentaba no es posible encontrar sofisticación, ni engaño. En sus poemas tampoco.

© Fernando Palacios
Madrid, 15 de enero de 2012

24 Ago

Naturalidad conquistada

NATURALIDAD CONQUISTADA

Texto del CD “Looking Back over The Baroque”, de Andreas Prittwitz
Irina Records. 2010
Fernando Palacios

Todos hemos coincidido: sorpresa y facilidad. La primera vez que escuchamos al grupo Loocking Back en su propuesta sobre el Renacimiento se produjo en los seguidores de Andreas un efecto paradójico. Por una parte, el resultado nos dibujaba una sonrisa de admiración: volvíamos a escuchar aquellas piezas antiguas, tan famosas, pero vestidas con nuevos trajes y con improvisaciones que les caían como hechas a medida. Por otra, no cabía esperar otro resultado, pues, a través de los años, Andreas nos ha ido acostumbrado a todos los asombros: le hemos visto tocar con el mismo desenfreno Renacimiento, Barroco, Jazz, Pop, Rock, Folclore… y siempre combinando el carácter adecuado de cada época con el inconfundible “estilo prittwitz”. Lo tenemos claro: a Andreas le fluye la música con espontaneidad, sin artificios ni distinción de géneros, por eso ya nada en él nos sorprende, todo parece fácil.

Del puzzle de sus múltiples pasados y presentes artísticos sólo le quedaba dejarse llevar por su intuición y técnica, aplicar una parte del misterioso poderío musical que le adorna, quitarse unas capas de prejuicios y, al fin, conquistar una nueva parcela: fusionarse consigo mismo. Así fue, los instrumentos antiguos encajaron de forma coherente con los modernos –parece que lo estaban esperando, de hecho no resultaba fácil adivinar dónde empezaba la vihuela y terminaba la guitarra, en qué momento sonaba el manuscrito y cuándo la recreación del mismo–, las improvisaciones surgían sin afectación, los diálogos entre instrumentos de ayer y de hoy corrían con desparpajo, lo antiguo dejaba de serlo para transformarse en actual –la profesora Christina Pluhar, líder del grupo L’Arpeggiata, asegura que la música llamada “clásica”, con su repertorio inmutable, ha pasado a ser la antigua, y la “música antigua” la contemporánea– Lo difícil era conseguir que aquel prototipo no fuera engendro o vulgaridad del océano de fusiones de moda, la gracia estaba en que la amalgama de todas las partículas no fuera histriónica y que al “frankenstein” no se le notaran las costuras. En definitiva, no que pareciera natural, sino que lo fuera. Diana.

“¿Cómo no lo has hecho antes?”, le dijimos a coro. “Siempre lo he hecho”, nos contestó. Cierto, en ese frenesí que le persigue –prácticamente no deja nunca de tocar, para el tormento de quienes conviven con él–, desde que tiene uso de razón musical (es decir, desde la cuna) insinúa improvisaciones sobre el primer tema que se le pasa por la cabeza. Y esto lo hace mientras prueba sonido en el escenario, calienta el instrumento en el camerino o desayuna con la flauta, improvisaciones que pueden pasar a ser citadas en cualquier solo. Esto lo ha hecho toda la vida. Pero todavía no había dado el salto mortal a Loocking Back, y hace tres años se produjo el alumbramiento.

Si con Looking Back over The Renaissance (el disco de las tres gallinas) el grupo consiguió seducirnos por su sencillez y verdad, en éste sobre Barroco (las tres ranas) Andreas y sus chicos conquistan lo más difícil: la naturalidad. Los lamentos de Dido y del Stabat Mater nos entristecen tanto en las elegantes improvisaciones del clarinete y los saxos, como con las voces de Janet Baker o Emma Kirkby; después de escuchar este disco, Vivaldi y Bach firmarían encantados nuevos conciertos para los saxos y clarinetes de Andreas; Gaspar Sanz diría “¡claro!”, pues sabemos que sus piezas escritas no son sino fruto de sus improvisaciones sobre danzas populares, es decir, lo que hacía todo el mundo.

Nada importa la opinión que suscite este disco entre algunos cancerberos de la musicología teórica y estricta (esa policía de tiro corto y mirada aviesa que, afortunadamente, comienza a replegarse en retirada), porque la naturalidad, aquella quimera que persiguen los artistas y que los genios del Barroco conquistaron, vuelve a estar presente en este grupo. Con sus improvisaciones, Andreas, Antonio, Laura y Sergio alumbran rincones insospechados de las célebres piezas seleccionadas, y devuelven buena parte de la vida perdida a esas partituras antiguas que nacieron bajo el conflicto creativo de la improvisación.

Estoy convencido de que las tres ranas de la portada miraban por la ventana del estudio de Corelli, apuntaban melodías a las partituras de Bach, rondaban por la mesa de Purcell… son las mismas. Ellas saben que lo que escuchamos en esta grabación, y, más aún, en los impecables directos del grupo, es verdadero, y que las distancias entre cromornos y saxofones, entre violas de gamba y guitarras son inexistentes. Sabemos bien que la única posibilidad de que se hagan presentes los sonidos del pasado es que se manifiesten a través de los de hoy, y en este registro han sido concitados por la naturalidad conquistada del grupo Looking Back. Por lo visto, Nietzsche, ilustre paisano de Andreas, se lo debió de decir al oído, aunque él no se acuerda: “La sencillez y la naturalidad son el supremo y último fin de la cultura”.

 © Fernando Palacios 2010

24 Ago

Vida de papel

VIDA DE PAPEL

 Texto para la exposición “El papel Vs­- escultura”, de Fausto Díaz Llorente & Raúl tejada Palacios
Museo de Castejón (Navarra). 2008
Fernando Palacios

 Habitamos un mundo lleno de basura. Ya no sabemos dónde esconderla. No sólo estamos viviendo sobre ella, sino que, además, nos la tropezamos por todos lados: en el cubo de la cocina, en los contenedores, en la televisión, en la radio, en las revistas, en las conversaciones, en los mítines… hay tanta que se nos cuela por las rendijas de nuestra casa y, lo que es peor, se instala en los recovecos de nuestra mente. ¿Qué hacer? Desde luego es recomendable no engullirla, pues los atracones de esa carroña van minando la vida y la inteligencia; pero sí podemos reciclarla, aprovecharla y, a través del arte, disfrutarla. El arte no sólo puede, sino que debe explorar la basura. Recuerdo el tremendo impacto que me causó hace ya unos años aquella inmensa escultura, con forma de árbol de varios pisos de altura, realizada con restos de electrodomésticos rescatados de un basurero; o el amontonamiento de ropa vieja al que Pistoletto daba forma de túmulo; o esas enormes colinas que se formaron con restos y desperdicios -de cerámica en la Grecia y Roma antiguas, de escorias en Ponferrada- y que ahora son bellos jardines para pasear. Pasar de padecer la basura a disfrutarla es un camino que debemos recorrer, si no estamos perdidos. El arte debe desarrollar funciones de denuncia, de escaparate, de noticiero, encargase de mostrarnos las otras vidas que esconden los objetos, otorgarles (¿devolverles?) una utilidad estética, jamás soñada por ellos, con guiños de complicidad, que pueden llegar a ser muy divertidos.

El equipo de trabajo formado por Raúl y Fausto ya ha empezado su travesía por estos vericuetos, marcados por las vanguardias, utilizando para este fin una de las materias permanentes e indispensables de nuestro mundo actual: el papel.

Reconozco que no soy ningún experto en técnicas de papel. Pero, ya que estoy escribiendo para una exposición tan particular, donde el papel es el protagonista, y no un simple soporte, sí puedo añadir como atenuante que me encuentro entre sus degustadores más entusiastas. Me fascinan los cuadernos de papel oriental hecho a base de arroz, con irisaciones sedosas que recuerdan ciertas texturas del manierismo italiano; los pliegos de papel florentino con aguas de colores vivos y formas extravagantes que nada envidian a las abstracciones de Kandinsky; las hojitas delicadas y tersas del papel japonés de origami, destinado a convertirse en garzas que mueven las alas; las pequeñas libretas de papel de café, de plátano o de papiro con aromas exóticos… Y ya no hablemos de la admiración que me producen esas tiendas de papel artesano con sus escaparates de objetos primorosos -como la que se encuentra bajo el arco de la plaza antigua de Cuenca, cuyos álbumes de papel cálido, grueso y desigual calman las aspiraciones estéticas más tenaces-. Pero ahí no queda la cosa, también disfruto lo mío con la percepción de ese halo de poesía nostálgica que encierra el papel en nuestra memoria: ¿recordáis aquel papel de estraza con el que envolvían las sardinas arenques, y que servía a su vez para quitarles las escamas bajo la presión de un buen pisotón?, ¿y los barcos de papel cuadriculado que hacíamos navegar los días de chaparrón por las acequias del pueblo, sometiéndolos a la difícil tarea de sortear los obstáculos que había en los puentecillos de la carretera?, ¿y las papelinas de colores que comprábamos en la papelería Maybe para confeccionar disfraces cutres de un carnaval que no existía?, ¿y los periódicos grasientos que envolvían bocadillos de bonito a granel?, ¿y las hojas inusitadamente finas y misteriosas del “Misalito Regina”?… Sí, mi fascinación por él y sus circunstancias ha llegado a tal punto que ya no sé dónde guardar tanto papel en mi casa. Siempre el papel. Nuestra vida tiene una biografía de papel.

Este cariño al papel en todas sus modalidades potencia mi agradecimiento al amigo Fausto y al primo Raúl, por haberme hecho feliz con el encargo de escribir estas líneas sobre el proyecto que centra la presente exposición. Sin embargo no es la única vez que me han propuesto un trabajo sobre este material. La primera fue con motivo de la clausura de la exposición “Pintar con Papel” que organizó el Círculo de Bellas Artes de Madrid en febrero-marzo de 1986. El encargo era un caramelo envenenado: se trataba de realizar un concierto exclusivamente con papel; no con instrumentos tradicionales construidos con papel, a la manera de los que se utilizan en los carnavales o en los conciertos humorísticos, sino un concierto en toda regla utilizando el papel como emisor de los sonidos. Por razones que no vienen al caso explicar –siempre relacionadas con atascos de trabajo-, y con harto dolor, no pude llevar a cabo el susodicho encargo. La patata caliente recayó en el “Taller de Música Mundana”, liderado por Llorenç Barber, quien realizó el concierto y, posteriormente, lo registró en un disco bajo el título de “Concierto para papel”. En la carpetilla de este disco de vinilo –cuya música, ya pasada a CD, ambienta sonoramente esta exposición- se puede leer. “Nos lanzamos con amoroso comedimiento a manipular ese fluido, vivo, dúctil, poroso y fugaz material. Nos bañamos en situaciones en las que los sonidos-gestos nos envuelven y los papeles nos pasan su energía. Propiciamos el conocimiento “corporal” del papel-cartón (…) Tres han sido, básicamente, los métodos de los que nos servimos para desvelar las posibles voces del papel: A) el papel como instrumento a sonar golpeando, frotando, doblando, desgarrando, perforando, soplando, estrujando, bandeando, rizando, quemando…; B) el papel como óbice o filtro para desnaturalizar o “preparar” instrumentos heredados, básicamente la voz (curiosamente con papel de fumar), pero también un piano, un contrabajo o una trompeta, o una flauta; C) el sonido del papel como material para ser, a su vez, manipulado por medios electroacústicos.”

            El dúo Díaz-Tejada, este nuevo “taller de escultura mundana”, ha llevado a cabo un trabajo paralelo a ese “concierto de papel”. En vez de preocuparse del sonido -ya lo hicieron los otros-, han fijado su mirada en las posibilidades estéticas que puede proporcionar el papel tras ser sometido a metamorfosis. No les interesa el papel en forma de hojas, cuartillas, resmas y demás medidas; tampoco les importa si es celofán, periódico o galgo; y no le hacen ascos ni al papel de las bolsas, ni al higiénico. Les importa la textura ciclópea, las formas densas y apretadas, la trama almohadillada y blanquecina, resultantes de la fusión de sus estructuras vegetales tras el proceso de lavado, amasado y secado. El papel ha pasado a ser: A) un elemento arquitectónico, que soporta, extiende y ocupa el espacio; B) un gozne o pared donde aparecen huellas de canteros; C) un material manipulable por procedimientos escultóricos que nos muestra otras formas de disfrutar el espacio. En esta exposición, debemos colocar bien las preposiciones, pues no se trata, como tantas veces, de una exhibición de plástica sobre soporte de papel, sino DE papel. Este material ha pasado de ser la lámina donde la tinta dibuja maravillas, al cuerpo donde se produce el orden plástico. Nada que ver.

Con un sano criterio de restricción, nuestra pareja se ha autolimitado en esta exposición a perseguir dos únicos objetivos, a cada cual más encomiable. Por una parte el de reciclar todo el papel sobrante que consume, exclusivamente, el Instituto de Alfaro, librándolo de su engorroso final; y, por otra, el de utilizar ese reciclado para construir obras con una finalidad estética. Un doble propósito para el que han tenido que ponerse los dos de acuerdo –nada fácil, si tenemos en cuenta que suelen ser adversarios en las partidas de guiñote del “Carpe Diem”- y trabajar en equipo. Entre el productor de las piezas (Raúl) y el artista escultor (Fausto) -tanto monta-, consiguen que aquella basura contaminante y perniciosa, inevitablemente condenada al fuego, el humo, la nada, o, en el mejor de los casos, al reciclado anónimo, pueda ahora ser observada y disfrutar de una segunda vida alegre, mucho más rica que la anterior, habitando un cielo de papel -quien sabe si eterno- de cuya existencia ni siquiera el propio papel estaba informado. Nuestro tandem de artistas vence a las leyes de la termodinámica, da una vuelta de tuerca menos a la entropía, y empuja a la pasarela una serie de formas caprichosas que sin su intervención sería un montón de buruños malolientes de papel usado e inservible, ocupando contenedores a la espera del patíbulo. Ahora, tras la transformación, se exhiben altivas, enhiestas en sus podios, mirándonos por encima del hombro y susurrándonos: “¿Te has fijado en este cuerpo?”

Cuando observamos este curioso material, tan mimoso, nos damos cuenta de lo oportunas que son esas puertas macizas a otros mundos que tan insistentemente nos muestra Fausto. Porque, atravesándolas con nuestra mirada, entramos en el interior de sus volúmenes, y allí, en un viaje espectral –inevitable recordar aquella película “Viaje alucinante” en la que unos científicos reducidos al tamaño de un virus oteaban el interior del cuerpo humano- vamos descubriendo en su interior exámenes suspendidos, correcciones en rojo, notas al margen, propaganda inútil, estadillos de matrícula… e incluso restos orgánicos y cartas de amor. Esa es la literatura chusca que ocultan las piezas macizas de las obras que se exhiben. Una literatura confusa y revuelta que, tras el tratamiento de mojado y apelmazado, se convierte en clave secreta para entrar a esos mundos de papel. Allí, los restos mortuorios, ahora redivivos, se entrelazan, las fibras se cruzan, se dan la mano, y en una danza diabólica, conforman una estructura gigante que Fausto utiliza a su antojo. En ese microcosmos apelmazado, conviven los papeles de seda con los florentinos, las papelinas de colores con la estraza de olor a sardina, los barquitos con los matasuegras de carnaval. Todos juntos y revueltos en una promiscuidad prohibida para los humanos. Los restos de tinta de bolígrafo ponen los puntos sobre las “íes” de las letras impresas de las facturas, y el reverendo papel-biblia le cuca un ojo a una pintada erótica de rotulador. Ese es el hormigón que elabora Raúl y que modela en piezas diseñadas por Fausto. Más tarde se estampa la huella de un símbolo, que cruje en la profundidad de la pasta, o toca organizar el puzzle y convertir todo aquello en un Rocinante altivo y elegante o en una puerta sintoísta.

            A las piezas de pasta de papel, Fausto ha añadido estructuras de madera, herrajes, bisagras, angulares y ferralla diversa que une y da una dimensión coherente al espacio. El resultado es una colección de elementos cotidianos de lo más estimulante: escaleras de caracol que no desembocan en ningún lugar, sino que juegan con el vértigo de la mirada; vallas de troncos robustos que asemejan talanqueras de fiestas; pequeñas ventanas donde asomarnos al espacio vacío; colecciones de “gongs” orientales colgados a la intemperie en armazones de madera, oscilando con el soplo del cierzo; rodajas, cruces, libros, ventanas, burbujas, tablones, tabiques… muestras de la vida cotidiana realizadas en un material nada cotidiano, una suerte de bizcocho pastoso y elegante, con sabores a apetitosa galleta de nata, de tacto crujiente, al que sólo falta un baño de chocolate para convertirse en tarta de cumpleaños o en adoquín de turrón. Esta suerte de  sencillos ingenios nos hablan en un lenguaje poético sincero y directo, si andarse con circunloquios ni arabescos. Las piezas se nos muestran con cierto descaro, sin remilgos, sin retoques que edulcoren su acabado primitivo, conservando la esencia de una expresión brutal que alcanza esa materia mórbida. Realidades deformadas, espectros rutinarios, puntos de vista, rincones elegidos… una fauna de objetos que nos enseñan hasta dónde se puede llegar cuando la química y la escultura, ciencia y arte, unen sus fuerzas en una doble dirección: reciclar y ordenar. Señoras y señores, pasen y vean esta muestra de pequeños mundos que los magos Fausto y Raúl han convertido en papel. Notarán cómo, al rato, ustedes también se sentirán figuras de papel que pasean por un universo onírico de papel. Vida de papel.

© Fernando Palacios, 2008

17 Ago

18) La ópera de tres peniques

3 peniques

Cuento musical para jóvenes

. Una historia de barrio, basada en una ópera popular
. Grupo de cámara y narradores
. Música: Kurt Weill
. Texto: Fernando Palacios, a partir del texto de Bertold Brecht

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La ópera de los tres peniques es una especie de ópera al revés: no salen ni condes, ni artistas, ni héroes, ni nada parecido… -como sería lo normal en cualquier ópera-. Los personajes son gentes de los bajos fondos: ladrones, mendigos, mafiosos, pedigüeños, quinquis… Los lugares donde se desarrolla la acción no son ni palacios, ni paseos elegantes, ni luminosos campos… sino arrabales, bares nocturnos, tiendas de trapicheo, la cárcel… como una película de cine negro.  Estos bajos fondos de la ciudad y sus gentes cantan una música muy bonita, muy sencilla de escuchar y, a su vez, con mucha “miga”. Y, además de todo esto, ostenta la singularidad de ser la ópera más representada de la historia. Sus planteamientos han sido plagiados hasta la saciedad: su música a mitad de camino entre lo clásico, el cabaret y el pop, su tema arrabalero, y sus personajes tan poco heroicos han dado pie a multitud de obras posteriores deudoras de esta creación.

En el original hay músicos, bailarines, actores, decorados… sin embargo, la versión que ofrecemos aquí es una adaptación sin ninguna escenografía: solamente interviene una pequeña orquesta y un narrador, es una versión de concierto donde se cuenta lo que ocurre en la trama de la obra mientras se escucha la música. La narración y los sonidos se unen para formar un cuento musical: el texto y la música se fusionan en un “arte total para el oído”, sin dar pie a que la vista mengüe la atención hacia la música, verdadera protagonista de esta versión. El grupo musical interpreta la partitura de la Suite para orquesta de viento, una selección de la música que hizo el propio Weill en 1928, cuatro meses más tarde del estreno de la ópera.

11 Ago

38 La historia de mi baúl

Programa radiofónico  nº 38 de “Sonido y Oído”, realizado por Fernando Palacios para Radio Clásica de RNE en el año 1991/92.

PODCAST disponible aquí

Un baúl que se pierde en la guerra y se localiza después en Afganistán. Una investigación nos ha permitido saber que perteneció a Yalal ad-Din Rumi, quien le confirió efectos sobrenaturales. Al final, el cuento nos desvela algunos de sus misterios.

Haz clic para acceder a 38-Historia-de-mi-baul.pdf

♫ Hace unos cuatro años me llamó por teléfono mi tío abuelo Tomás, el hermano de mi abuela Josefa, la de Cornago. Mi tío Tomás vivía solo desde siempre en una casa del centro de Madrid, de esas grandes, antiguas, llenas de cosas y con gruesas cortinas por todos lados. Siempre fue un hombre un poco raro y reservado, seguramente por haber tenido un pasado algo enigmático. De todos modos, a mi me tenía mucho cariño. Bueno, el caso es que me llamó para que fuera a visitarle, tenía algo muy importante que decirme ♫.

Cuando llegué a su casa ya me estaba esperando impaciente. Me condujo hasta la última habitación del pasillo, que siempre estaba cerrada, y allí me enseñó un desvencijado baúl  de cuero que, entre telarañas, reposaba en un oscuro rincón. Nos sentamos alrededor de él y empezó a hablar. Me dijo que desde hacía tiempo quería contarme la historia de aquel viejo baúl, pues el día de mañana sería mío. También me puso una condición: debía mantener el secreto hasta su muerte.

Hace un año y medio falleció mi tío abuelo Tomás. En el testamento dejó bien claro que el baúl era para mí. Y así es. Desde entonces tengo este tesoro aquí, aquí en mi habitación, y ya no tengo por qué mantener su secreto. Por eso os voy a relatar la fascinante aventura de este antiquísimo arcón. Os voy a narrar LA HISTORIA DE MI BAÚL ♫.

Para empezar esta historia vamos a situarnos en 1900. Fue en este año cuando un antepasado mío compró el baúl. Era ni más ni menos que Demetrio Murga, conocido en todos los puertos como Capitán Murga, marinero y aventurero. Era tío abuelo de mi tío abuelo Tomás, o sea, una especie de tatarabuelo. Según me dijo mi tío Tomás, el Capitán tenía un cierto parecido, en su físico y en su carácter, con el personaje del cómic Corto Maltés, o sea, era valiente, noble y sentimental ♫.

Murga, solía pasear los domingos que tenía libres por el bazar del puerto de Barcelona. Fue allí donde un día, en un puesto de cacharros exóticos que tenía un extravagante faquir indio, se quedó prendado de un raro baúl con aspecto de tener muchos años. Fue como un flechazo. Murga se encaprichó de él, pero no entendía por qué le querían cobrar un montón de dinero por un arcón hecho polvo. El faquir le contestó que aquel no era un baúl normal, ni mucho menos. Tenía unos efectos muy especiales que no podía desvelar. Sólo quien invirtiera en su compra toda su fortuna y lo abriera, podría disfrutar de aquellos particulares efectos. Algo especial debía tener aquel baúl para que el Capitán Murga empeñase todo su dinero. Por algo sería.

Nuestro personaje vivió catorce años acompañado de su baúl. Pero estalló la I Guerra Mundial ♫. En esta terrorífica guerra tuvo que combatir en primera línea de fuego. En una de las sangrientas batallas, su barco fue alcanzado y hundido. Por los pelos pudo salvarse. Pero el baúl desapareció ♫.

En un hospital de Constantinopla el Capitán Murga conseguía reponerse de sus heridas, pero no de la terrible ausencia de su baúl. Pasaba las horas deprimido y hundido en un oscuro vacío. No sabía exactamente lo que le pasaba, sentía como si le faltara algo de su cuerpo. Sólo estaba seguro de una cosa: era la separación de su baúl la causante de todo aquello ♫.

Un día, mientras estaba sumido en su monótono letargo, creyó ver una señal en el vuelo de un pájaro. Él no supo por qué pero, de repente se iluminó su cerebro. Era un mensaje que le llegaba con toda nitidez: si viajaba en la dirección del vuelo de aquel pájaro, llegaría hasta su baúl ♫. No lo dudó dos veces. Saltó de la cama con renovadas fuerzas y partió en busca de aquel potente imán. Estaba seguro de que, dejándose llevar por su intuición, daría con él. A caballo, en tren, por mar, andando… cualquier sistema era bueno para alcanzar su objetivo. Por fin, tres años después, en Bajel, una ciudad abandonada de Afganistán, encontró lo que buscaba. Entre las ruinas estaba su baúl. ¿Cómo había llegado hasta allí? Nadie lo sabe, pero allí estaba. Un misterio más de aquél mágico cacharro ♫.

El Capitán Murga volvió con su baúl a España y ya no sabemos mucho más de su vida. Sólo que llamó a su sobrino-nieto Tomás, o sea, a mi tío abuelo (¿os acordáis?), y se lo dejó de herencia. De igual modo que años después mi tío abuelo haría conmigo. Eso si, le hizo una advertencia: quien abriera el baúl encontraría una gran satisfacción, pero a cambio no podría desprenderse jamás de él. Quien disfrutara de su contenido, debería cargar con el mueble toda la vida (claro, ahora me explico por qué el Capitán había sufrido tanto con su ausencia!) ♫

Cuando el Capitán Murga murió, mi tío Tomás se llevó el baúl. Pero, cosa curiosa, no lo quiso abrir. La idea de tener que cargar siempre con él no le hacía ninguna gracia. Pero a cambio sí que hizo una cosa extraordinaria: dedicó toda su vida a investigar la procedencia y misterios de aquel gran cofre. La verdad es que la historia del baúl era apasionante. Pero de abrirlo nada, le daba un miedo atroz ♫. 40 años estuvo indagando por todo el mundo, en museos, bibliotecas, embajadas, monasterios. Fue incluso a parar hasta talleres de nigromantes y brujos. El resultado de su investigación es lo que me contó aquel día que me citó en su casa y me enseñó el baúl. Os voy a resumir algo de la larga investigación de mi tío abuelo Tomás ♫.

El baúl fue construido, de jovencito, por el gran místico Yalal ad-Din Rumi, más conocido como Mevlana. Este hombre nació hacia el año 1.200 en la ciudad de Bajel, en Afganistán ­–sí, sí, allí fue donde volvió a encontrar el Capitán Murga el baúl. Justamente donde Mevlana lo había construido siete siglos antes; ya empezamos a atar algún cabo en esta increíble historia ¿verdad? ♫

Mevlana fue un personaje de primerísima categoría. En primer lugar, era un gran sabio: llegó a conocer todo el saber de su tiempo. En segundo lugar, era visionario: descubrió, entre otras cosas, el número de planetas de nuestro sistema solar siglos antes que Copérnico. En tercer lugar fue poeta: escribió el Masnavi, seis libros de preciosos y extraños poemas; en algunos de ellos habla de su baúl que, sin duda, es el mío ya. Y, en cuarto lugar, fue místico: fundó en Turquía la orden de los mevlevis, o derviches danzantes, o sea, monjes que bailan dando vueltas sobre sí mismos ♫.

Mevlana guardaba en el baúl todos sus escritos junto a enseres personales y aparatos misteriosos. No es de extrañar por lo tanto que parte de las increíbles virtudes de Mevlana pasaran a su baúl y éste las haya conservado durante años ♫.

Desde la muerte de Mevlana en 1.273 hasta la compra del baúl por el Capitán Murga en 1.900 se sabe muy poco de su paradero. Sólo que fue de un sitio a otro cambiando de dueños y desgastando poco a poco su poder con el tiempo. El Capitán todavía pudo disfrutar de su estímulo durante años. Sin embargo, mi tío abuelo Tomás me confesó que no lo abrió en toda su vida por miedo a su terrible atracción. La verdad es que mi tío no fue precisamente un tipo valiente ♫. Al fin, ya lo sabéis, el baúl pasó a mis manos. Al principio le tenía algo de temor, sobre todo cuando me acordaba de mi tío. Pero, después de estar varios días meditando, llegué a la siguiente conclusión: pasara lo que pasara abriría el baúl. Para bien o para mal, no podía vivir sin saber en qué consistía su magnetismo. Mi curiosidad me podía ♫.

Por fin, un día del verano pasado me decidí. Estaba muy nervioso, no daba una a derechas; además, los herrajes estaban muy oxidados. El caso es que me fui serenando y, con la ayuda de un fuerte destornillador, conseguí abrirlo. Mi emoción era enorme. ¿Qué habría dentro del baúl? ♫

La primera sorpresa vino enseguida: no había nada dentro. Nada, sólo el viejo cuero desgastado por el mucho trajín que había llevado ♫. De todos modos, aproximé la lámpara y fui limpiando con cuidado el polvo acumulado por los años ♫.

Pronto me di cuenta que sí había algo. Todo el interior del baúl estaba repleto de inscripciones de todos los tipos: árabes, hebreas, indias, chinas… Naturalmente yo no entendía nada de aquello, pero me puse a escribir todos los signos en un cuaderno. ¿Quizá estuviera ahí el misterio? ♫.

Mi querida amiga Feli, experta semióloga y lingüista, me hizo una traducción aproximada de los trazos y marcas del baúl. La mayoría de los mensajes que tradujo se referían a la música. Yo estaba estupefacto. ¡Un baúl musical! La música metida en un baúl, ¡qué curioso! Ahora os toca a vosotros escuchar estos mensajes. Hacedlo con atención. Puede que dentro de ellos descubráis pistas para entrar en la esencia de la música. El baúl os va a hablar ♫.

Una vez que soy abierto, ya eres mío, te lo advierto

Este baúl lo demuestra, la música se hace vuestra

Pero su imán es brutal, como el arte musical

Sólo queda una salida: la música es vuestra vida

Lee las indicaciones y sigue las instrucciones

La música es gran invento, surge en cualquier momento

Para hallar su comprensión, cinco puntos justos son

Cada punto es importante para seguir adelante

Oriéntate por las frases, ni te quedes ni te pases

Escucha, toca y medita; el arte lo necesita

1º punto: El silencio siempre es rey. Todos acaten su ley

2º punto: Distingue bien los sonidos, sin ellos estás perdido

3º punto: Conoce los elementos, necesitas diez intentos

4º punto: La forma y la coherencia convierten la nada en ciencia

5º punto: La música universal se disfruta por igual

Si al final algo aprendiste transmite bien lo que oíste

Toda música nos muestra que es una llave maestra

Queridos amigos, supongo que ya habéis empezado a notar en qué consiste la fuerza de este baúl. No sólo es su imán lo que reconforta (ese magnetismo heredado de su creador Mevlana), sino también lo que cuenta en estos mensajes, especialmente el que dice: Sólo queda una salida, la música es vuestra vida  ♫.  La música es vuestra vida. Esa es la frase resumen del baúl. Esa es la esencia de su mensaje. Esa es su propuesta para transformarnos ♫.

A mí me hicieron pensar mucho estos mensajes cuando los leí por primera vez. Hasta tal punto que uno de ellos me lo tomé al pie de la letra. Era aquel que dice: Si al final algo aprendiste, transmite bien lo que oíste. ¡Transmite, transmitir! ¿Qué mejor para transmitir que la radio? Así fue como me propuse hacer un programa de radio que abarcara las enseñanzas musicales de mi baúl. Se llamaría SONIDO Y OÍDO y procuraría que se pudiera seguir el espíritu de los mensajes en sus treinta y nueve espacios. Yo lo he intentado. Si alguien ha seguido con atención estos programas de radio puede que haya notado aquel alivio y estímulo que el Capitán Murga comentó a mi tío Tomás que poseía el mágico baúl. Yo, por mi parte, os lo he intentado hacer llegar a través de las ondas radiofónicas ♫.

A mí, desde luego, a pesar del gran desgaste que ya tiene el baúl, me ha proporcionado todavía un gran empuje. Y espero que, de alguna manera, en vosotros también se haya manifestado su potencia ♫. Ahora ya no me puedo desprender de él, lo sé, pero no me importa. Pienso estar todo el tiempo que pueda recibiendo esa especie de jalea musical que este baúl, cada vez más achacoso, me sigue dando. Intentaré que no se me pierda nunca, pues su ausencia sería como la ausencia de la música; algo sin lo cual yo ya no puedo vivir ♫.

También tengo algunas preguntas que me intrigan y que intentaré resolver con los años. Son éstas: ¿Quienes habrán tenido este baúl desde su creador Mevlana hasta el Capitán Murga? ¿Quienes hicieron las inscripciones de su interior? ¿Las hicieron con la intención de dejar constancia de la mucha fortaleza que tuvo este baúl en otros tiempos? Si alguna vez encontráis alguno de vosotros respuesta a estas preguntas, por favor contádmelas, me podéis ahorrar un trabajo enorme ♫.

El próximo programa será el último de SONIDO Y OÍDO. Ya lo siento, ya. Como será el punto final de esta serie de 39 programas la utilizaré A modo de conclusión.

En los mandos electromagnéticos estuvo, como siempre, Carlos Arévalo. Hoy todavía más inspirado, por los efectos del baúl.

Hasta el próximo día. Adiós y adiós.

© Fernando Palacios

11 Ago

34 Un asunto de perspectiva

Programa radiofónico  nº 34 de “Sonido y Oído”, realizado por Fernando Palacios para Radio Clásica de RNE en el año 1991/92.

PODCAST disponible aquí

Hay tres factores importantes que proporcionan a la música relieve y especialidad: el volumen, la panorámica y la resonancia. A través de estos principios se pasa revista a algunas obras con disposiciones especiales en la distribución escénica.

Haz clic para acceder a 34-Un-asunto-de-perspectiva-1.pdf

♫ De la misma manera que con dos ojos conseguimos adivinar el volumen de las cosas y la distancia que hay entre los objetos, gracias a que tenemos dos oídos podemos oír con relieve  ♫.

Si nos tapamos un ojo nos resulta difícil coger a la primera un objeto. ¡Intentadlo! No podemos calcular la distancia. Bueno, pues con un solo oído nos pasa algo parecido; no llegamos a saber de donde llegan los sonidos. Pero afortunadamente tenemos dos y por lo tanto, a no ser que andemos algo sordos, podemos saber perfectamente si un sonido viene del piso de arriba, viene de la habitación de atrás o de la calle; es decir, oímos con perspectiva, sabemos localizar dónde están los sonidos, si hay una carretera cerca, si canta un pájaro al lado de nuestra ventana, si gritan en la calle. La separación de los dos oídos nos permite distinguir la dirección de dónde llegan los sonidos  ♫.

Imaginemos que entramos en una arboleda o en un bosque. Oímos: arriba pájaros cercanos y pájaros lejanos; abajo está el ruido de nuestras pisadas; atrás, adelante y a los lados, otros ruidos más alejados. Ahora salimos de la arboleda y vemos un pueblecito a lo lejos que está en fiestas. No sólo lo vemos, sino que también lo oímos. Conforme nos acercamos a él, vamos oyendo los cohetes ♫, las campanas de la iglesia ♫, y más tarde oímos a la banda del pueblo que toca en el quiosco de la plaza  ♫. Y si nos alejamos, pues lo mismo, pero al revés  ♫.

La diferencia entre sonidos fuertes y suaves junto a la situación y la forma de sonar hacen que simplemente con el oído podamos hacernos una idea de cómo son los lugares y dónde están algunos objetos. O sea, gracias a que tenemos dos oídos, oímos en todas las dimensiones  ♫.  No olvidemos que los murciélagos oyen tanto que no necesitan ver  ♫. Nuestros dos oídos, como podéis comprobar, están perfectamente dispuestos para escuchar el relieve que tiene la música. Porque la música también tiene su espacio y su relieve. A veces suena fuerte ♫, otras suena flojo ♫, según sea el lugar puede sonar con reverberación ♫, o con sonido seco ♫. También es importante el sitio donde estamos colocados nosotros, pues oiremos a unos instrumentos más que a otros ♫. Asimismo influye en nuestra escucha la manera en que se coloquen los músicos, pues no es igual juntos ♫ que separados   ♫

Como oís, los sonidos tienen volumen y espacio. Nuestro programa de hoy trata de algunos aspectos espaciales de la música. Hoy tratamos de UN ASUNTO DE PERSPECTIVA 

Santi, por favor, ven tocando el violín hasta aquí y luego vete por el otro lado, a ver qué pasa  ♫.  ¿Habéis observado? Nuestro amigo Santi ha venido de la derecha hasta el micrófono y se ha alejado por la izquierda. Ahora vamos a escuchar a Salva con su flauta pero al revés. ¡Cuando quieras Salva!.

♫ ¿Os habéis dado cuenta? Yo estoy aquí, en el centro, ha venido tocando y se ha ido. Vosotros que los habéis escuchado podéis adivinar el recorrido que han hecho Santi y Salva, y además simplemente oyéndolos. Pues bien, hay tres importantes fenómenos que ocurren a la vez y por eso, aún sin ver a los músicos, notáis que se han trasladado tocando de un sitio a otro.

  • El primero es el volumen, cuando se acercan suena más y cuando se alejan suena menos.
  • El segundo fenómeno es la panorámica: si tenéis un aparato estéreo notareis que el sonido pasa de un altavoz a otro.
  • El tercer fenómeno es la resonancia, los sonidos que están más lejanos tienen más resonancia que los que están cercanos  ♫.

Bien, pues fijaos en esto: por procedimientos técnicos podemos hacer algo parecido. Uno de los botones que tenéis en vuestro equipo de sonido es el de volumen, aquí tenemos otro. Por ejemplo, mientras yo hablo el técnico del programa, que es Carlos Arévalo, puede bajar el volumen, bajarlo, más, más, más, subirlo, subirlo, subirlo mucho más hasta… bueno, basta. Vosotros podéis hacerlo también, de hecho lo hacéis a menudo. Otro botón, si vuestro equipo es estéreo es el del balance, el de la panorámica, que sirve para llevar el sonido de un altavoz hasta el otro. Gracias a este botón ahora puedo hablar por el altavoz de la izquierda y puedo ir pasando poco a poco al altavoz de la derecha. Ya lo estáis escuchando. Pues así es, esto es la panorámica: el relieve hasta que me quedo en el centro. En la radio, además, tenemos un aparatito (que tú seguramente no tendrás) que se llama reverberación, y sirve para que mi  voz suene como en una catedral (¡oooeeeoooo…!), o que suene seca, como siempre.

Ahora vais a escuchar un juego que vamos a hacer con estos tres botones. Cogemos este disco que tiene música de banda  ♫

  • Primero vamos a jugar con el volumen: acercamos y alejamos la banda  ♫.
  • Segundo jugamos con la panorámica: llevaremos la banda de derecha a izquierda  ♫.
  • Tercero hacemos las dos cosas a la vez: vendrán de lejos por la derecha y se irán por la izquierda  ♫.
  • Cuarto y último juego, le añadiremos resonancia a las lejanías. El resultado será éste  ♫.

Casi los hemos podido ver, pequeñitos al principio, grandes en el centro y otra vez pequeños al final. Lo hemos podido medir con nuestro oído gracias a los tres botones. Conclusión: si queremos que una música vaya y venga, o bien hacemos que los músicos se desplacen, o si no lo hacemos con los botones de la mesa de mezclas. Precisamente lo que intenta la técnica es imitar el relieve y la atmósfera sonora natural: por eso los técnicos se esfuerzan en grabar cada vez con mayor nitidez (con los micrófonos más sensibles), con los medios más cómodos (el disco, la casete, el compacto, la radio) y con la reproducción más fiel (los altavoces mejores)  ♫.

Hay un famosísimo libro que escribió el director de orquesta Leopold Stokowski que ya se ha comentado en algún que otro programa de SONIDO Y OÍDO: un libro que se titula Música para todos nosotros. En un capítulo dedicado a la música grabada Stokowski cuenta lo siguiente   ♫:

“El escuchar la música de los discos puede a veces acercarse a lo ideal. Una de mis sensaciones más bellas de este género es escuchar los discos en casa de un amigo en Arizona. Esta persona es un granjero que construyó con sus propias manos la pequeña casa de adobes en la cual vive. Fabricó su propio grupo reproductor, instalando conjuntamente el mejor motor disponible, giradiscos, amplificador, y altavoz circular de un diámetro más bien grande. El aparato se encuentra dentro de la casa de adobes, pero por la noche escuchamos la música en su pequeño jardín. Tiene el giradiscos fuera para poder poner nuevos discos y a la mano se encuentra el amplificador con controles independientes de altas y bajas frecuencias. Su granja se halla en medio del desierto y, a distancia, puede verse una meseta llana en una dirección y grandes montañas en la otra. Nunca podré olvidar la belleza mágica de las estrellas y la luna, el misterio y silencio del desierto y la quietud absoluta de una noche en Arizona, mientras escuchaba la música que parecía llenar todo el jardín viniendo de la casita de adobes. En tal ocasión escuchamos no tan sólo la música más bella de América y Europa, sino también aquella música de Java y Bali, la India y China, la de las islas de los mares del Sur y África, la de los gitanos y la árabe. Con sus propias manos y por los medios más sencillos, mi amigo había creado una manera ideal de escuchar la música  ♫.

Lo que tiene gracia de esto es que cuando Stokowski lo escribió todavía no se había inventado la alta fidelidad  ♫.

La casete, la radio, el compact disc… todos estos medios para escuchar música son cómodos, estupendos para la difusión cultural y para la pedagogía. Tienen muchas virtudes, pero como la música en vivo no hay nada. Por muy bien que grabe una orquesta, no llega ni a descalzar la escucha de la misma orquesta en un concierto. Así que, dejémonos de técnicas y pasemos a ver la perspectiva sonora de la música música-música, no de si suena mejor su grabación o peor. Empezaremos como antes, por el Volumen  .

Fue en el Renacimiento cuando los pintores italianos consiguieron perfeccionar la perspectiva de sus dibujos, dándoles una profundidad muy real. Poco tiempo después en Venecia, un compositor llamado Giovanni Gabrielli, compuso la Sonata piano e forte  para ser interpretada suave y fuerte. Era una manera de hacer perspectiva con la música  ♫.

Es un recurso musical muy importante este del volumen, ¿verdad?. Cuando un compositor quiere destacar algo lo hace sonar más fuerte que el resto. Es como ponerlo en primer plano. Por ejemplo, este piano toca en primer plano y la orquesta en segundo plano, o sea, la orquesta acompaña al piano  ♫.

En la música de cámara todos los instrumentos están constantemente pasando de primero a segundo plano, según interese que estén más presentes o menos, que suenen más o que suenen menos. Así se consigue un relieve musical interesantísimo  ♫.

Aparte de este relieve natural que tiene la música cuando se utilizan los distintos planos sonoros, es decir, cuando unos tocan más fuerte que otros, otras veces el compositor quiere distanciar algún instrumento de la orquesta. Por ejemplo, en la Obertura Leonora III de Beethoven un trompetista debe tocar fuera del escenario  ♫. A veces ha sucedido que los acomodadores de la sala de conciertos, sin saber nada de esto, no le han dejado tocar creyendo que es un gamberro  ♫.

Hay otros muchos casos de instrumentos que deben sonar fuera del escenario. BerliozMahler, Strauss, Nielsen, tienen obras con este efecto de lejanía. Pero donde más veces se hace es en la ópera. Hay muchos casos de coros que entran a escena cantando desde lejos. Estos peregrinos de la Ópera Tannhäuser de Wagner vienen desde Tierra Santa cantando. Así se presentan   ♫.

Al final del II Acto de La Bohème de Puccini entra en escena una banda que dialoga con la orquesta  ♫.

En zarzuela también tenemos casos de perspectiva sonora de este tipo: en La canción del olvido aparece una ronda nocturna  ♫. En La Verbena de la Paloma se canta una canción desde una lejana taberna  ♫.

En la obra Tres lugares de Nueva Inglaterra del americano Charles Ives suenan tres músicas distintas a la vez. Es como si se encontraran tres bandas en el mismo lugar y nosotros estuviéramos en el centro. Es un caso insólito de perspectiva musical  ♫.

Algunos casos de ausencia total de perspectiva musical son los conciertos de rock, especialmente los de heavy. Recuerdo una actuación del grupo Motorhead en el pabellón del Real Madrid, donde el volumen era tan excesivo que no se distinguía absolutamente nada. Era un tremendo ruido sin matiz alguno. Para mí, una bestialidad ♫.

Y después del volumen nos ocupamos de la Panorámica  ♫.

En los monasterios se celebran ritos en los que dialogan varios coros colocados en distintos lugares. Unos están en el altar, otros en el coro y otros en el púlpito: la perspectiva sonora en estado puro  ♫.

En la catedral de San Marcos de Venecia en el siglo XVI, los hermanos Gabrielli, que ya hemos mencionado hace un momento, componían música para varios grupos que se colocaban en los extremos de la nave principal. Los oyentes se situaban en el centro y así escuchaban la música que les llegaba de direcciones opuestas  ♫.

Johann Sebastian Bach también utiliza dos orquestas y tres coros en su famosa Pasión según San Mateo, consiguiendo preciosos efectos de relieve sonoro  ♫.

La lista de obras musicales con instrumentistas colocados en diferentes sitios es larguísima. Sobre todo en nuestro siglo donde se prodigan los conciertos con los músicos tocando alrededor del público o en variopintos lugares, como el anfiteatro o los pasillos. Siempre intentando ofrecer perspectivas musicales diversas ♫.

Como os decía al principio, la música suena diferente dependiendo del lugar donde se haga. Los auditorios y las salas de conciertos suelen ser los mejores sitios para oír música, por una razón muy sencilla: se hacen especialmente para eso, para que la música suene lo mejor posible dentro de ellos. En estos lugares los sonidos tienen una reverberación justa. No tienen ni mucha, ni tienen poca: justa ♫.

Las iglesias, como tienen bóvedas y cúpulas, son lugares de mucha reverberación. En ellas suena bien la música de órgano, la música polifónica, por estar pensadas para estos lugares  ♫.

En el Baptisterio de Pisa, un edificio que está al lado de la célebre torre inclinada, el guía hace demostraciones de la gran reverberación de la cúpula cantando algo así   ♫.

Ya hemos llegado al final del programa. En estos últimos momentos os voy a contar algunas anécdotas relacionadas con el tema de hoy  ♫.

Luis II de Baviera, el rey loco, tenía un teatro con una sola butaca, la suya.

Cada vez que en mi casa pongo este disco  ♫  todos miran al suelo para coger la moneda que se ha caído, y no la encuentran, porque es sólo el sonido de la moneda el que está grabado en el disco  ♫.

Podríamos decir que la música de las iglesias es música desde arriba, porque se toca en el coro. Y la de las óperas, música desde abajo, porque se toca en el foso  ♫.

Este motete que suena llamado Spem in alium lo compuso el inglés Thomas Talis  para cuarenta voces diferentes. Para grabarlo se colocaron varios coros rodeando los micrófonos  ♫.

Las sordinas se colocan en los instrumentos cuando se quiere dar sensación de lejanía  ♫.

Y una duda de despedida: ¿sabéis por qué es tan difícil localizar el lugar exacto donde se encuentra un grillo cuando canta?

El próximo día nuestro programa se titulará así LA SONATA: TODO UN CLÁSICO.   ♫

Carlos Arévalo y yo os decimos adiós y adiós.

© Fernando Palacios

Perspectiva