16 Ago

2) El barco de papel

Espectáculos didácticos. Pajaritas a           Espectáculos didácticos. Pajaritas b

Cuento musical para niños y familias

. Las aventuras de un barquito de papel, con piano y voz
. Formación 4: Piano a 4 manos, cantante y narrador, con papiroflexia y animales de juguete.
. Música: Debussy: Petit Suite, Claire de Lune, Preludes Fauré: Dolly y canciones
. Texto y propuesta didáctica de Fernando Palacios
. Intérpretes: Fco. Luís Santiago y Menchu Mendizábal y Virginia Prieto (sop.)

Dos de la sobras francesas más importantes del piano a cuatro manos y destinadas al público infantil. Algunas de las piezas se han convertido en canciones para que cantemos todos.

Este cuento musical narra la historia de un pequeño barco de papel que se pierde durante un paseo familiar nocturno, abandonando el tranquilo lago donde vivía y yendo a parar a un río.  La noche, la corriente del agua, el viento, lo desconocido… múltiples peligros le acechan en su viaje por el cauce de un río. Pero también será un punto de encuentro con nuevos amigos: la mariposa, la libélula, la araña, el loro, la rana, el grillo y, sobre todo, el inteligente colibrí, estarán a su lado.

El origami es un arte de origen oriental que consiste en crear figuras en volumen con papel, por medio de una serie de pliegues precisos y concretos. Aquí lo denominamos papiroflexia. Durante el cuento musical veremos muchos personajes realizados según esta disciplina y, también, aprenderemos a hacer alguno.

11 Ago

25 La rara inspiración de Fernández

Programa radiofónico  nº 25 de “Sonido y Oído”, realizado por Fernando Palacios para Radio Clásica de RNE en el año 1991/92.

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Se cuenta la triste historia de un joven compositor con una extraña facultad: la de componer lo ya compuesto. Fernández sin él saberlo- es Prokofiev, Mahler, Brahms. Su vida transcurre entre músicas que compone, sin saber que años atrás fueron creadas por otros artistas.

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♫ Fernández es un compositor contemporáneo de treinta y pocos años. Es un chico de hoy, inteligente, con cierta soltura, nervioso, despistado y algo atolondrado que se dedica a componer música. ¡Hay que ver, hay gente para todo! No por ello tiene aspecto de memo, ni mucho menos, aunque sí resulta algo ridículo para las gentes de bien. Va vestido al estilo de la arruga es bella, con chaqueta y pantalón claros y corbatita estrecha suelta, pero siempre algo descuidado. Usa gafas último grito con una patilla empalmada con celo ♫.

El apartamento donde vive Fernández es pequeño, es de esos que tiene la cocina junto a la sala de estar. Por una ventana que da a la calle siempre entra una tenue luz. En general, es un apartamento moderno, con detalles de decoración vanguardista, aunque está ligeramente abigarrado de cosas y un poco revuelto. Tiene platos sin fregar, muchos libros, partituras y discos por todas partes. También tiene botellas de ginebra tiradas por el suelo, vasos y ceniceros sucios. Eso sí, el sofá, las sillas, los muebles y las lámparas son de diseño moderno. La sala tiene, además, un equipo de alta fidelidad, un piano (de pared naturalmente) y una televisión frente al sofá  ♫.

Bien, ya os he contado quién es Fernández y cómo es la casa donde vive. ¿Queréis conocer la increíble historia de este joven? En estos momentos comienza ya esta narración fantástica titulada LA RARA INSPIRACIÓN DE FERNÁNDEZ ♫.

Todo comenzó aquella tarde. Fernández en su apartamento se encontraba alegre, cantarín y nervioso por terminar de guisar, pues tenía gran apetito. Ahí estaba batiendo los huevos en un plato para hacer espaguetis carbonara  ♫. El ritmo de batir, se fue transformando poco a poco en una marcha  ♫.

Fernández empezó a canturrear y tararear olvidando la cocina  ♫. Se acercó al piano, dejó el plato, sacó papel pautado de entre un montón de hojas polvorientas y se puso a escribir el ritmo  ♫. Tachó, volvió a escribir, comprobó en el piano, tarareó, dio un grito de alegría y, sin dejar de canturrear, cogió nuevamente el plato y batiendo los huevos volvió a la cocina  ♫. Poco a poco, tarareando, fue perfilando la melodía de la marcha. Dejó nuevamente el plato y se dirigió otra vez al piano y siguió escribiendo la música, cantándola cada vez más entusiasmado  ♫.

Fernández, por fin, compuso la pieza y entre medias se comió los espagueti. Se quedó un momento después pensando el título y escribió Marcha, y firmó con su nombre: Fernández. Se quitó el delantal, se puso la chaqueta, cogió la partitura y contento y feliz se fue a enseñársela a su novia. La obra que había compuesto era ésta  ♫.

Fernández salió a la calle: estaba exultante de alegría. Al pasar por una sala de conciertos vio un cartel que anunciaba un recital, y se detuvo a leerlo. ‘Hoy, a las 7:30, recital de piano’. ¡Mira que bien! Eran las 7:15, así que sacó una entrada, entró en la sala y se sentó en su butaca. La primera de las obras era la Marcha del Amor de las Tres Naranjas de Sergei Prokofiev. Se apagaron las luces, salió el pianista entre aplausos, Fernández sonriente, se acomodó bien, cerró los ojos, y se concentró. Comenzó el recital   ♫.

Su sonrisa se fue transformando en sorpresa. Abrió poco a poco los ojos y miró con odio al pianista. Abrió la partitura que acababa de escribir y comprobó. ¡Era increíble! ¡Milagroso! ¡Terrorífico! ¡La música que sonaba era exactamente igual a la que acababa de componer! No podía entenderlo  ♫. Igual, exactamente igual. Aquí pasaba algo. Llegó hasta tal punto su indignación que se levantó y se marchó. En la misma puerta de la sala rompió la partitura en pedazos y se fue completamente desconcertado  ♫.

No muy lejos de allí, un violinista callejero tocaba una bella melodía  ♫. Fernández, desolado todavía por la gran impresión sufrida, andaba a trancas y barrancas. Pasó de largo ante el violinista. Pero una vez que lo había sobrepasado, se detuvo. Frunció el ceño, se volvió hacia él y escuchó el tema musical. Hizo una pequeña muestra de asentimiento, se miró en los bolsillos, pero no llevaba ni una peseta, se lo había gastado todo en el concierto. Al rato empezó a tararear el tema del violinista  ♫.

¡Mmm! Le gustaba. De los bolsillos sólo consiguió sacar un papel y un bolígrafo y con ellos anotó el tema musical, cosa que realizó a toda velocidad y con gran interés. El violinista, sin dejar de tocar, le miró con mosqueo, ya que no le estaba echando ni una perra y encima le estaba copiando el tema. Incluso llegó a hacer un pequeño gesto señalando la funda del violín, a ver si echaba algo. Fernández tuvo que marcharse de allí a las prisas, con algo de sentimiento de culpa, pero bastante satisfecho con el hallazgo musical. Mientras iba a su casa, sacó el papel donde había anotado el tema, lo cantó entre risitas imitando el violín. ♫ Luego lo cantó como si lo tocara una trompeta ♫ Después, más sosegadamente como si lo interpretaran trompas y trombones ♫.

Fernández volvía a estar como al principio de esta historia: nervioso y contento. Rápidamente se dirigió a su casa. Entró en su habitación atolondradamente, cogió el piano, se sentó ante él, sacó papel pautado y escribió en el centro de la primera página Primera Sinfonía de Fernández. Y se puso a componer desaforadamente, en plenitud de fuerzas, contentísimo. Hacía gestos de dirigir su música. Se llevaba una mano a la cabeza, escribía, comprobaba con el piano, cerraba los ojos con gesto de inspiración, tachaba cosas. ¡Uy, aquello era un torbellino! Al cabo de un rato, Fernández había compuesto varias páginas de su primera sinfonía. Esa música sonaba así  ♫.

Se levantó satisfecho de su trabajo, cogió una cerveza del frigorífico, encendió la televisión y se sentó un rato a descansar y distraerse. En esos momentos comenzaba el programa Concierto y ponían la III Sinfonía de Gustav Mahler. Estupendo, dijo Fernández. A ver qué tal es esta sinfonía que no conozco. Salió el director entre aplausos y comenzó la música  ♫.

Nada más escuchar las primeras notas, Fernández dio un bote en el sofá. En un brusco movimiento, acercó la cabeza al televisor. ¡No se lo podía creer! Lo que sonaba era exactamente igual que lo que acababa de componer. Estaba atónito, paralizado. No podía reaccionar. ¡Dos veces! Con la boca abierta y los ojos desorbitados, escuchó concentrado e inmóvil ♫. Bruscamente se levantó, cogió la partitura, la abrió precipitadamente y siguió con el dedo las notas. Una a una, era todo exactamente igual. ¡Pero si esa música se la acababa de inventar él basándose en el tema del violinista callejero! ¿Cómo era posible que ya estuviera compuesta? Su estado era ya de enorme excitación. Se tapaba los oídos. No sabía qué hacer. Cogió la partitura, abrió la ventana y la tiró a la calle  ♫.

Ya sabía lo que iba a hacer: se suicidaría tirándose por la ventana. ¿Para qué iba a seguir viviendo si todo lo que hacía ya estaba hecho? Era un copión sin saberlo. ¡Horrible, lo peor que podía ser un compositor! Sacó una pierna por la ventana, miró hacia abajo y cuando ya estaba dispuesto a hacerlo… va y se estropea la televisión  ♫. Encima se quedó emitiendo un zumbido grave ♫  “¡Ahora que estaba a punto de acabar con mi vida acompañado de mi propia música! ¡Ni siquiera eso puedo hacer!” pensaba Fernández. Así que bajó de la ventana enfadadísimo, tocó los  botones de la televisión y le dio una patada como venganza. “¡Nada, pues sin música no merece la pena ni suicidarse!”, decía Fernández desesperado y abatido. Se sentó en el sofá con la cabeza entre las manos. Sólo se oía el grave zumbido de la televisión  ♫. La miró con odio, pero a la vez con cierto interés. Imitó la nota con la voz y se concentró en la nota mientras se preguntaba ¿Y si compongo algo triste sobre esta nota? ♫  Se levantó lentamente del sofá, bruscamente se dirigió al piano y sobre un papel escribió decidido: Un Requiem español de Fernández. Y se puso a componer. Pero no había hecho nada más que empezar, cuando le asaltó una nueva duda: ¿y si compongo otra vez algo que ya está compuesto?  Tomó una resolución. Se dirigió hacia un montón de partituras y cogió cuatro de ellas cuyos títulos eran los siguientes: Requiem de Mozart, Requiem de Verdi, Requiem de Fauré, Requiem de Victoria. Así no había ninguna duda, se estudiaría todo eso. Así que nada, volvió al piano ojeando las partituras y con cara de cierta satisfacción pero con algo de mosqueo, se puso a escribir la música  ♫.

Esta vez Fernández estaba más serio, más maduro. Componía sin el agobio de otras veces, aunque sin detenerse ni un sólo instante, claro. Como si estuvieran dictándole del más allá. Trabajaba en todos los lugares del apartamento: en el sofá, en la cocina, en el suelo con la partitura en el techo… En fin, su música la verdad es que era estupenda  ♫. Fernández no paraba. Oía unos cuantos golpes en una puerta vecina, y los incorporaba a su composición  ♫. Fernández seguía componiendo sin parar. Oía el sonido de una tubería cantarina, la tarareaba, y la metía en la partitura  ♫.  Fernández confrontaba de vez en cuando su música con la de los otros Requiem famosos. Comprobaba que sus ideas eran originales, y nuevamente seguía componiendo  ♫.

Así consiguió ponerle fin a su Requiem Español, después de días de intenso trabajo. Llevaba barba y grandes ojeras, su ropa estaba ajada, el apartamento era un poema; aquello era un desastre, no había nada en su sitio. Fernández, agotado, se levantó, reunió sus manuscritos y salió a la calle. Andaba con pasos vacilantes y cansados. Estaba como hipnotizado. Tenía que patentar su obra, registrarla para que nadie se la copiara, no podía ocurrir lo de las veces anteriores, naturalmente  ♫.

Por fin llegó al Registro de la Propiedad Intelectual. Fernández llamó a la ventanilla y cuando la abrió el empleado, sin mediar palabra, depositó en ella su gruesa partitura. El funcionario la recogió con desgana y se retiró a su mesa a observarla. Tarareó algunas melodías. Se quedó sorprendido. Hizo algunos gestos de asombro y cogió una gruesa partitura de la librería donde se leía con claridad Requiem Alemán de Johannes Brahms. Las comparó y comprobó que eran iguales. No entendía nada el pobre hombre. Pasó un montón de hojas y volvió a comparar. Exactamente iguales. Observó por la ventanilla a Fernández que andaba por el local hablándose solo y haciendo raras muecas. El funcionario dio muestras de comprenderlo todo por fin. El individuo al que observaba estaba completamente loco. Tomó rápidamente una determinación. Cogió con cuidado el teléfono y marcó el número del manicomio. Poco después aparecieron dos señores con bata blanca que se llevaron a Fernández. El pobre compositor les seguía con toda naturalidad, como si no les viera, ensimismado en su mundo. Los loqueros le dejaron en una celda y se fueron  ♫.

En veinte años no se supo nada de él. Fue sólo hace unos pocos meses, cuando un amigo del conservatorio que había sido compañero de Fernández precisamente, me contó esta historia que os he narrado. La historia de un músico que, sin saberlo él, componía música que ya estaba compuesta por otros músicos. Verdaderamente fascinante. Estuvimos investigando el paradero de Fernández hasta que dimos con él. Era un manicomio modesto y en una de sus habitaciones, allí estaba Fernández. Llevaba veinte años sin salir de allí y sin parar de componer música, naturalmente. Estaba más calvo y con el pelo muy largo. La pinta era de loco total. La pequeña celda estaba completamente llena de páginas manuscritas de música. Mientras mirábamos sus partituras, Fernández no dejaba de escribir. En realidad no se daba cuenta ni de estábamos allí. La primera de las músicas llevaba por título Los Cantores de Teruel de Fernández  ♫. Era música de Wagner pero sin dejar de ser de Fernández  ♫.  En otra partitura ponía: Preludio para órgano de Fernández  Era de Johann Sebastian Bach, pero también era de Fernández  ♫.  Se repetía la misma historia con Derivadas de Fernández, que era la misma música que Integrales de Varèse ♫. Y lo mismo con el Concierto para violoncelo y orquesta de Fernández, o de Haydn, nunca se sabe ♫.

Fernández continuaba componiendo. Precisamente mientras estábamos allí se le ocurrió un nuevo tema genial. Lo tarareó emocionado y entre risas. Era éste  ♫. ¡Increíble! Estaba componiendo la V Sinfonía de Beethoven  ♫.

En fin, allí dejamos a Fernández, frenético, sin parar de escribir y accionando las manos con gestos exagerados ♫.  A lo mejor Fernández no estaba loco, sino que hacía lo mismo que otros muchos compositores: inventaba música que ya se había inventado. Al fin y al cabo, otros hacen lo mismo y no los internan en un manicomio  ♫.

Así termina la historia de La rara inspiración de Fernández. Y también nuestro programa  ♫. El próximo día tendremos músicas que se suelen utilizar para asuntos muy diferentes. El espacio se titulará: HAY MÚSICAS PARA TODO  ♫.

Siempre en la compañía de Carlos Arévalo. Hasta entonces, adiós y adiós.

© Fernando Palacios

10 Ago

13 Un paseo con Pablo

Programa radiofónico  nº 13 de “Sonido y Oído”, realizado por Fernando Palacios para Radio Clásica de RNE en el año 1991/92.

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Una pequeña e intrascendente narración basada en un hecho real: un paseo con un niño de cinco años. Acompañados por una selección musical, contamos lo acontecido en un paseo que, a puro echarle imaginación, acabó convirtiéndose en el ‘camino mágico de la aventura’.

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  Era un día como hoy, con frío, de vacaciones y en familia. Estábamos en el pueblo pero tanto daba. Aquel ambiente era igual que en la peor de las ciudades. Pablo, mi sobrino, se aburría como una ostra. A sus cinco años tenía ya más juguetes que todos los que hubiera podido haber soñado yo en mi vida: naves espaciales convertibles, camiones volquetes dirigidos, arquitecturas, talleres polinosequé, ejércitos de indios, motos. Pero allí estaba, sentado ante la televisión a punto de dormirse de aburrimiento. La tele por su parte, se encargaba esos días de vacaciones invernales de poner películas infantiles, dibujos animados y anuncios de los mismos juguetes a todas horas. Aquello era insoportable. Había que hacer algo. Pero ¿qué? .

Se había terminado mi repertorio de cuentos y de canciones. Le había hecho todos los juegos de manos, de cartas y de magia que sabía. Estaban agotadas todas mis posibilidades. Aquellas Navidades habían podido conmigo. No quedaba ya más que el terrible recurso de la tele. Y allí estaba Pablo. Con sus pocos años y ya pasando del mundo, unido a la pantalla y con el cerebro a cero. No podía ser. Había que hacer algo. Pero ¿qué? .

La televisión seguía impasible. Dibujos violentos de feísimos monstruos que destruían todo con rayos láser. Acaramelados amores entre ridículos niños de ojos gigantes. Estúpidos gatos apaleados por ratones. Estaba clarísimo: ¡tanto dibujo animado no podía ser saludable! Había que hacer algo. Pero ¿qué? 

¡De repente se me encendió la bombilla! 

– Ya sé lo que podemos hacer. Daremos un largo paseo con Pablo.

– ¿Cómo se te ha podido ocurrir tal cosa? dijeron rápidamente sus abuelos a coro, ¡con el frío que hace! ¡Cogerá un resfriado, anginas, gripe, pulmonía, tuberculosis! ¡Qué idea, un paseo, habráse visto!

– Si, un paseo, un paseo abrigado que le desconecte de esta terrible monotonía, que le dé un poco de aire en la cara, a ver si se le va ese color de acelga, ¡hombre!.

-Nada, nada, peligrosísimo, -dijeron-. Además, no está acostumbrado a hacer eso. Mejor, así será el primer paseo largo de su vida, repliqué.

Que sí, que sí, que sí, que no, que no, que sí, que sí sí, que si no… hubo una larga discusión. Al final llegamos a un acuerdo: que lo decida el niño. Me dirigí a él y le pregunté:

– Pablo ¿te apetece dar un largo paseo con nosotros? Mira iremos tu tía Menchu, tus padres y yo ¿eh? El niño contestó con desgana:

– No puedo, ¿no te das cuenta de que estoy viendo los dibujos o qué? 

Entonces le dije al oído:

– Es que no es un paseo normal. Éste es el paseo mágico de la aventura, donde vas a encontrar unas sorpresas que jamás has imaginado.

Pablo me miró y después de un largo silencio dijo: ¡vamos! Le pusimos un abrigo, guantes y bufanda, cogimos la merienda y nos marchamos a hacer un recorrido por las afueras del pueblo. Hoy os voy a contar las incidencias de esa caminata. Hoy el programa se titula UN PASEO CON PABLO .

La suerte estaba echada. Le había prometido a Pablo que sería un camino mágico de la aventura y no tenía ni idea de cómo hacerlo. Pero ya se me ocurriría algo durante los cuatro  kilómetros que tenía por delante. Además, ese paseo lo había hecho muchas veces con mi querido amigo Bola. Eso era una ventaja, porque el recorrido me lo sabía de memoria .

Contaba además con la colaboración de su tía, de sus padres y de mis bolsillos que siempre, no sé por qué, están llenos de cosas pequeñas. Ese día llevaba, además del pañuelo, la cartera y las llaves, una pitillera de hojalata, un mechero Bic de gas, un diapasón de golpear, una armónica enana metida en un cofrecito de tela, un minúsculo aparato de radio a pilas con auriculares, y un llavero que era un pito inglés típico. Lo primero que hice fue, sin que me viera nadie, esconder el pito inglés bajo la alfombra. Para algo serviría, suponía yo. Y como primera medida me coloqué una bufanda de sombrero para dar mayor sensación de explorador, y comenzamos el paseo .

Nada más empezar nos encontramos en el camino con una rama seca caída de un árbol, de unos dos metros. La cogimos, le até la bufanda y se convirtió en un magnífico estandarte, como los que llevaban los romanos .

Todo lo que íbamos encontrando en el camino lo atábamos a nuestro precioso estandarte. Al rato ya le habíamos colocado una zapatilla vieja, un cable, una manzana mordida, una cinta de casete rota, dos latas de conserva y unas florecillas de invierno .

Naturalmente aprovechamos la oportunidad para teatralizar aquella situación. De  los ejércitos romanos, pasábamos a tempestades marinas . De las tempestades a peregrinaciones medievales . Pablo no conseguía cerrar la boca de asombro. Nosotros estábamos pasándolo en grande y eso que aquello no había hecho más que empezar .

Seguíamos nuestro paseo. El camino se ponía cuesta arriba y, ¡atención!, pasaba bajo las vías del ferrocarril haciendo un pequeño túnel. Eso sí que había que aprovecharlo bien. ¿Qué hicimos? Organizamos un rito arcaico con la resonancia del túnel esperando a que pasara el TER de Madrid.

– Cuando pronunciéis las tres palabras mágicas se moverán las paredes y llegará hasta vosotros un enorme ruido que rápidamente desaparecerá. Repetid conmigo:

  • – ¡Pusbundia!
  • – ¡Pusbundia!
  • – ¡Porlejo!
  • – ¡Porlejo!
  • – ¡Manús!
  • – ¡Manús!

El rito y el paso del tren tuvieron un éxito tremendo que ayudó a Pablo a olvidarse de que ya había paseado más que en toda su vida. Comentando detalles del rito seguimos la caminata .

Sin que Pablo se diera cuenta me adelanté unos metros y escondí el mechero bajo una lata de pintura blanca y puse al lado una hoja de papel que destacara. Luego le dije:

– En este camino mágico de la aventura se acerca el primer tesoro. Para encontrarlo aquí tienes este mensaje:

 ‘‘El fuego blanco se aloja entre la lata y la hoja’’  Pablo se aprendió el mensaje y repitiendo, repitiendo, repitiendo, (con alguna pista, claro) encontró el tesoro .

Después de decir las tres palabras mágicas encontró bajo la lata y junto a la hoja ¡un mechero blanco que encendía! La emoción era intensa .

Pablo no se podía explicar tanta maravilla. Mientras tanto seguíamos nuestro paseo . Mientras su tía y sus padres le distraían un momento, me adelanté y en una rama bajita de un árbol coloqué el cofrecito azul con la armónica dentro. Después le dije: “El segundo tesoro ya está a la vista. El mensaje es el siguiente  : Sobre una rama me encuentro. Soy cofre con música dentro’’ 

No es difícil imaginar lo ocurrido. Encontró el cofre. Lo abrió. Y vio la armónica que tantas veces me había visto tocar. Pero daba igual; era un auténtico tesoro de aquel camino mágico de la aventura . Con la armónica tocamos una canción que nos sirvió de himno del paseo .

El camino también nos mostraba sus sorpresas que eran convenientemente anunciadas. La llegada al Canal de Lodosa y los juegos con la corriente y barcos de papel . La presencia de un árbol quemado que descubrimos bajo una gabardina . Las flores del mal cuyo paso dejamos a un lado .

El camino llegaba a su fin y con él los últimos tesoros .  El diapasón clavado entre la hierba se convirtió en una flor de plata que sonaba cuando se golpeaba . La pitillera llena de guijarros escogidos resultó ser una caja de piedras preciosas . De entre la paja del campo surgió un diminuto auricular con música. Pablo acercó el oído y ¡anda, sonaba solo y además nunca había escuchado algo tan bonito! Era mi aparato de radio a pilas que había escondido previamente entre la paja que emitía Radio 2 Clásica, evidentemente. En ese preciso momento sonaba esta música  ¡Claro, con Radio 2 es muy fácil acertar! 

Volvimos ya a casa. Pablo estaba entusiasmado y agotado. Llevaba consigo un estandarte lleno de deshechos, un mechero de veinte duros, una armónica en miniatura en su cofrecito, un diapasón, una pitillera de hojalata con piedras, un aparato de radio de bolsillo y aún encontró un último tesoro: bajo la alfombra había un pito de oro .

El paseo terminó. De todos aquellos tesoros se quedó sólo con el pito. Los demás tesoros no le importó en absoluto devolvérmelos. Lo importante había sido el momento de encontrarlos. De esta manera podríamos jugar muchas más veces. Pablo comprendió el juego a la perfección. Desde entonces, cada vez que me ve, me pide que hagamos más caminos mágicos de la aventura. Ya no tengo que engañarle ni que esconderle cosas. Simplemente le cuento historias sobre los objetos que nos encontramos y él descubre, de paso, el placer de pasear. No tiene mayor complicación .

¿Cuántos paseos mágicos de la aventura habéis hecho vosotros este año?  Pues no sé en qué pensáis. La emoción puede estar poco más allá del portal de vuestra casa .

El próximo programa lo vamos a dedicar a un tipo de instrumentos musicales. Estaremos ENTRE LAS CUERDAS.

 En el paseo nos ha acompañado Carlos Arévalo.

Hasta entonces, adiós y adiós.

© Fernando Palacios