Programa radiofónico nº 11 de “Sonido y Oído”, realizado por Fernando Palacios para Radio Clásica de RNE en el año 1991/92
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Hay compositores que necesitan mucho tiempo para expresarse, como Wagner. Otros disfrutan condensando todo en unos segundos, como Webern. Hay obras que son minúsculas, microscópicas; otras son colosales, imponentes. De estos dos tipos nos ocupamos en este espacio. El final lo pone un desfile de microbios.
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♫ Hay seres que son tan diminutos, tan ínfimos, que casi no nos damos cuenta ni de que existen. ♫ Otros, sin embargo, son tan grandes, tan inmensos, que no los podemos ver enteros. Nos tenemos que conformar con ver sólo algún pedazo ♫. Dentro de los primeros están los microbios ♫. Dentro de los segundos están los gigantes ♫.
En música también hay seres diminutos y seres monumentales. Ambos son desproporcionados, es decir, se salen de las dimensiones normales. ¿Qué cuáles son las dimensiones normales? Pues hombre, depende. Las canciones suelen durar entre dos y cinco minutos. Las sonatas entre veinte minutos y media hora. Las sinfonías entre media hora y tres cuartos. Y las óperas suelen estar entre las dos horas y las dos horas y media. Todo esto aproximadamente, claro. Estas son duraciones más o menos habituales aunque, como es evidente, las hay más cortas y más largas. También las hay mucho más cortas y mucho más largas. Y finalmente, las hay minúsculas, microscópicas ♫ y colosales, imponentes ♫ .
Pues bien, de éstas nos vamos a ocupar hoy, de las obras pequeñísimas y de las grandísimas. A mí me gusta llamarlas así: MICROBIOS Y GIGANTES.
♫ En pintura un microbio podría ser una miniatura, un retrato en un botón, un paisaje pintado en un broche ♫. Y un gigante, un mural como los de la Capilla Sixtina, o un cuadrazo de esos que no caben en ninguna casa ♫.
En literatura, un microbio sería un cuento de una página ♫. Y un gigante, un novelón de dos mil hojas ♫. En televisión, un microbio podría ser un anuncio ♫. Y un gigante, un culebrón ♫.
♫ En música podríamos llamar microbios a las obras o piezas acabadas (no valen fragmentos), que duren menos de un minuto. Con los microbios hay que estar muy atentos porque se pasan rápido. Aquí tenemos uno ♫.
Un gigante podría ser toda obra musical que mida (o sea, que dure) el doble o triple de lo que antes dábamos como normal. Por ejemplo, las sonatas de una hora, las sinfonías de dos horas, las óperas de cuatro y en general todo lo que dura más de estos tiempos. Los gigantes musicales requieren un tipo de audición, un tipo de atención muy distinta a la de los microbios.
♫ Estamos oyendo el comienzo de “El Anillo del Nibelungo” de Ricardo Wagner, una ópera en cuatro partes que dura unas quince horas, ¡ahí es nada! ♫ Algunos os preguntaréis ¿por qué hay compositores que hacen obras tan cortas y otros tan largas? Esto es bastante complicado de contestar. De todos modos supongo que será bueno curiosear algunas cuestiones ♫.
Lo primero es que la longitud de una obra musical no tiene nada que ver con la calidad. Hay obras pequeñas que son geniales y obras pequeñas que son estúpidas. Hay obras grandísimas que son verdaderos ladrillos, y otras son maravillosas. O sea, una cosa es el tamaño, y otra distinta la calidad ♫.
La segunda cuestión es que hay compositores que para expresarse necesitan mucho tiempo, como Wagner, o Bruckner, o Mahler. Y otros que disfrutan condensando todo lo que quieren en unos pocos segundos como Satie, Webern o Poulenc. No son ni mejores ni peores compositores por ello, son solo distintos ♫.
Esto era un auténtico microbio de Chopin, uno de sus “Preludios”. Y así pasamos a la tercera cuestión que se refiere a los oyentes. Hay públicos que gozan con las obras largas, largas, largas, con monólogos eternos. Como se dice ahora: flipan con las grandes dimensiones. Parte de este público suele despreciar un poco a las piecitas cortas por considerarlas poca cosa, frágiles, sin consistencia ♫.
♫ Pero existe el caso contrario: gentes que se aburren con los gigantismos, que se ponen nerviosas con las músicas infinitas y prefieren variedad. Se complacen con la escucha de muchas pequeñas piezas. Es un asunto de gustos en el que influyen fuertemente la capacidad de atención y concentración y el límite de cansancio y aburrimiento que cada uno tenga. Cada cual posee su sensibilidad, experiencia y educación. Y todo eso modela el gusto ♫.
A esto hay que añadir que todos tenemos nuestros días buenos y nuestros días malos. Hay días que aguantamos lo que nos echen, pero otros nada ♫.
Otra cuestión importante es que hay obras que necesitan de un tiempo mínimo para contar lo que pretenden, sino no son lo que son. No me imagino yo las truculentas historias de las óperas de Verdi reducidas a espectáculos de diez minutos. Imposible. Tienen que durar lo que duran, sino se quedan a medias ♫.
Una sonata o una sinfonía necesitan tiempo para exponer los temas, desarrollarlos y concluir después. Una obra de este tipo necesita crecer, hacerse grande. Y eso en música ocupa su tiempo ♫.
Sin embargo, hay obras musicales que son minúsculas y concentradas, como las plantas de un jardín. No son como bonsáis, o sea, árboles reducidos artificialmente, sino como las flores, de pequeño tamaño. Si estas pequeñas piezas se hicieran grandes a la fuerza, resultarían anormales. Serían pequeños gigantes. Por ejemplo, una pieza diminuta y acabada que se hiciera grande artificialmente sería como un raro bebé de dos metros, y no como un joven alto de dos metros que había crecido normalmente. Sería como una rosa tan grande como una casa, y no como un pino ♫.
Para acabar con tanta teoría os diré la última cuestión que se me ocurre sobre microbios y gigantes musicales. Acertar con el tamaño de una obra musical es muy, muy difícil. Los compositores siempre intentan medir si se quedan cortos o si se pasan, porque estas cosas del tiempo son muy delicadas. Bien, pues con las obras gigantes y microscópicas es todavía más difícil. Las enormes siempre tienen el problema de aburrir con su gran dimensión. Y las enanas tienen el peligro de no llegar a decir nada en tan corto tiempo. Los compositores geniales son los únicos que son capaces de salir airosos de estas situaciones ♫.
Vamos a ver un par de curiosidades ♫. En veintisiete años de compositor Anton Webern, un austriaco de nuestro siglo, hizo treinta y una obras camerísticas y sinfónicas. Toda su obra entra en tres discos compactos. La mitad de sus piezas son microbios, o sea, duran menos de un minuto. Podemos decir sin duda, que Anton Webern es el rey de los microbios musicales ♫. Esta divina bagatela de Webern dura veinticuatro segundos, por eso vamos a oírla otra vez ♫.
A lo largo de cuarenta años Ricardo Wagner, alemán del siglo pasado, compuso fundamentalmente solo diez óperas. Ahora, eso sí, las diez son gigantes. Rondan cada una las cuatro horas. Podemos decir sin duda, que Ricardo Wagner es el rey de los gigantes musicales ♫. Este es el comienzo del preludio de “Los maestros cantores de Nüremberg”, una ópera inmensamente larga e inmensamente buena ♫.
Los programas de radio cortos, como este que sólo dura media hora, son los menos indicados para oír obras monumentales, porque no caben. Pero por otra parte son los mejores para escuchar obras pequeñas. Así que desde este mismo instante hasta el final del programa tendremos desfile de microbios ♫.
Francisc Poulenc, compositor francés de este siglo, tiene un grupo de seis piezas para piano llamadas “Aldeanas”. Las seis son microbios y el más pequeñito es esta polca ♫.
Los esquimales llamados Inuit, hacen unos juegos vocales que nunca llegan al minuto, entre otras cosas porque si no se ahogan ♫.
Orlando di Lasso, un genio del siglo XVI, compuso un montón de canciones breves, breves. Algunas son auténticos microbios ♫.
Seguro que sabéis que Chopin tiene un famoso vals que se llama “Vals del minuto”. Lo podíamos haber llamado “Vals microbio”, aunque todos los pianistas lo hacen en más tiempo ♫.
Les Luthiers hicieron el “Vals del segundo” que es todavía más corto ♫.
Hugo Wolf se pasó la vida componiendo canciones. Entre sus microbios destaca éste ♫.
El Renacimiento es buena época para surtirnos de piezas breves y alegres. Aquí llega una ♫
François Couperin, barroco francés, es un maestro indiscutible de la pieza ínfima ♫.
Robert Schumann, el romántico más romántico que ha habido, era otro maestro de los microbios ♫
Charles Ives, americano de este siglo, bate records de brevedad en sus canciones ♫.
Y entre microbio y microbio, una despedida ♫. Por cierto, ¿seríais vosotros capaces de componer algún microbio como este? ♫
El próximo programa lo haremos desde una pajarería, pues su título será ¡MENUDOS PÁJAROS! ♫
El pajarero será el mismo de hoy, Carlos Arévalo ♫
Hasta entonces, adiós y adiós ♫
© Fernando Palacios