24 Ago

Vida de papel

VIDA DE PAPEL

 Texto para la exposición “El papel Vs­- escultura”, de Fausto Díaz Llorente & Raúl tejada Palacios
Museo de Castejón (Navarra). 2008
Fernando Palacios

 Habitamos un mundo lleno de basura. Ya no sabemos dónde esconderla. No sólo estamos viviendo sobre ella, sino que, además, nos la tropezamos por todos lados: en el cubo de la cocina, en los contenedores, en la televisión, en la radio, en las revistas, en las conversaciones, en los mítines… hay tanta que se nos cuela por las rendijas de nuestra casa y, lo que es peor, se instala en los recovecos de nuestra mente. ¿Qué hacer? Desde luego es recomendable no engullirla, pues los atracones de esa carroña van minando la vida y la inteligencia; pero sí podemos reciclarla, aprovecharla y, a través del arte, disfrutarla. El arte no sólo puede, sino que debe explorar la basura. Recuerdo el tremendo impacto que me causó hace ya unos años aquella inmensa escultura, con forma de árbol de varios pisos de altura, realizada con restos de electrodomésticos rescatados de un basurero; o el amontonamiento de ropa vieja al que Pistoletto daba forma de túmulo; o esas enormes colinas que se formaron con restos y desperdicios -de cerámica en la Grecia y Roma antiguas, de escorias en Ponferrada- y que ahora son bellos jardines para pasear. Pasar de padecer la basura a disfrutarla es un camino que debemos recorrer, si no estamos perdidos. El arte debe desarrollar funciones de denuncia, de escaparate, de noticiero, encargase de mostrarnos las otras vidas que esconden los objetos, otorgarles (¿devolverles?) una utilidad estética, jamás soñada por ellos, con guiños de complicidad, que pueden llegar a ser muy divertidos.

El equipo de trabajo formado por Raúl y Fausto ya ha empezado su travesía por estos vericuetos, marcados por las vanguardias, utilizando para este fin una de las materias permanentes e indispensables de nuestro mundo actual: el papel.

Reconozco que no soy ningún experto en técnicas de papel. Pero, ya que estoy escribiendo para una exposición tan particular, donde el papel es el protagonista, y no un simple soporte, sí puedo añadir como atenuante que me encuentro entre sus degustadores más entusiastas. Me fascinan los cuadernos de papel oriental hecho a base de arroz, con irisaciones sedosas que recuerdan ciertas texturas del manierismo italiano; los pliegos de papel florentino con aguas de colores vivos y formas extravagantes que nada envidian a las abstracciones de Kandinsky; las hojitas delicadas y tersas del papel japonés de origami, destinado a convertirse en garzas que mueven las alas; las pequeñas libretas de papel de café, de plátano o de papiro con aromas exóticos… Y ya no hablemos de la admiración que me producen esas tiendas de papel artesano con sus escaparates de objetos primorosos -como la que se encuentra bajo el arco de la plaza antigua de Cuenca, cuyos álbumes de papel cálido, grueso y desigual calman las aspiraciones estéticas más tenaces-. Pero ahí no queda la cosa, también disfruto lo mío con la percepción de ese halo de poesía nostálgica que encierra el papel en nuestra memoria: ¿recordáis aquel papel de estraza con el que envolvían las sardinas arenques, y que servía a su vez para quitarles las escamas bajo la presión de un buen pisotón?, ¿y los barcos de papel cuadriculado que hacíamos navegar los días de chaparrón por las acequias del pueblo, sometiéndolos a la difícil tarea de sortear los obstáculos que había en los puentecillos de la carretera?, ¿y las papelinas de colores que comprábamos en la papelería Maybe para confeccionar disfraces cutres de un carnaval que no existía?, ¿y los periódicos grasientos que envolvían bocadillos de bonito a granel?, ¿y las hojas inusitadamente finas y misteriosas del “Misalito Regina”?… Sí, mi fascinación por él y sus circunstancias ha llegado a tal punto que ya no sé dónde guardar tanto papel en mi casa. Siempre el papel. Nuestra vida tiene una biografía de papel.

Este cariño al papel en todas sus modalidades potencia mi agradecimiento al amigo Fausto y al primo Raúl, por haberme hecho feliz con el encargo de escribir estas líneas sobre el proyecto que centra la presente exposición. Sin embargo no es la única vez que me han propuesto un trabajo sobre este material. La primera fue con motivo de la clausura de la exposición “Pintar con Papel” que organizó el Círculo de Bellas Artes de Madrid en febrero-marzo de 1986. El encargo era un caramelo envenenado: se trataba de realizar un concierto exclusivamente con papel; no con instrumentos tradicionales construidos con papel, a la manera de los que se utilizan en los carnavales o en los conciertos humorísticos, sino un concierto en toda regla utilizando el papel como emisor de los sonidos. Por razones que no vienen al caso explicar –siempre relacionadas con atascos de trabajo-, y con harto dolor, no pude llevar a cabo el susodicho encargo. La patata caliente recayó en el “Taller de Música Mundana”, liderado por Llorenç Barber, quien realizó el concierto y, posteriormente, lo registró en un disco bajo el título de “Concierto para papel”. En la carpetilla de este disco de vinilo –cuya música, ya pasada a CD, ambienta sonoramente esta exposición- se puede leer. “Nos lanzamos con amoroso comedimiento a manipular ese fluido, vivo, dúctil, poroso y fugaz material. Nos bañamos en situaciones en las que los sonidos-gestos nos envuelven y los papeles nos pasan su energía. Propiciamos el conocimiento “corporal” del papel-cartón (…) Tres han sido, básicamente, los métodos de los que nos servimos para desvelar las posibles voces del papel: A) el papel como instrumento a sonar golpeando, frotando, doblando, desgarrando, perforando, soplando, estrujando, bandeando, rizando, quemando…; B) el papel como óbice o filtro para desnaturalizar o “preparar” instrumentos heredados, básicamente la voz (curiosamente con papel de fumar), pero también un piano, un contrabajo o una trompeta, o una flauta; C) el sonido del papel como material para ser, a su vez, manipulado por medios electroacústicos.”

            El dúo Díaz-Tejada, este nuevo “taller de escultura mundana”, ha llevado a cabo un trabajo paralelo a ese “concierto de papel”. En vez de preocuparse del sonido -ya lo hicieron los otros-, han fijado su mirada en las posibilidades estéticas que puede proporcionar el papel tras ser sometido a metamorfosis. No les interesa el papel en forma de hojas, cuartillas, resmas y demás medidas; tampoco les importa si es celofán, periódico o galgo; y no le hacen ascos ni al papel de las bolsas, ni al higiénico. Les importa la textura ciclópea, las formas densas y apretadas, la trama almohadillada y blanquecina, resultantes de la fusión de sus estructuras vegetales tras el proceso de lavado, amasado y secado. El papel ha pasado a ser: A) un elemento arquitectónico, que soporta, extiende y ocupa el espacio; B) un gozne o pared donde aparecen huellas de canteros; C) un material manipulable por procedimientos escultóricos que nos muestra otras formas de disfrutar el espacio. En esta exposición, debemos colocar bien las preposiciones, pues no se trata, como tantas veces, de una exhibición de plástica sobre soporte de papel, sino DE papel. Este material ha pasado de ser la lámina donde la tinta dibuja maravillas, al cuerpo donde se produce el orden plástico. Nada que ver.

Con un sano criterio de restricción, nuestra pareja se ha autolimitado en esta exposición a perseguir dos únicos objetivos, a cada cual más encomiable. Por una parte el de reciclar todo el papel sobrante que consume, exclusivamente, el Instituto de Alfaro, librándolo de su engorroso final; y, por otra, el de utilizar ese reciclado para construir obras con una finalidad estética. Un doble propósito para el que han tenido que ponerse los dos de acuerdo –nada fácil, si tenemos en cuenta que suelen ser adversarios en las partidas de guiñote del “Carpe Diem”- y trabajar en equipo. Entre el productor de las piezas (Raúl) y el artista escultor (Fausto) -tanto monta-, consiguen que aquella basura contaminante y perniciosa, inevitablemente condenada al fuego, el humo, la nada, o, en el mejor de los casos, al reciclado anónimo, pueda ahora ser observada y disfrutar de una segunda vida alegre, mucho más rica que la anterior, habitando un cielo de papel -quien sabe si eterno- de cuya existencia ni siquiera el propio papel estaba informado. Nuestro tandem de artistas vence a las leyes de la termodinámica, da una vuelta de tuerca menos a la entropía, y empuja a la pasarela una serie de formas caprichosas que sin su intervención sería un montón de buruños malolientes de papel usado e inservible, ocupando contenedores a la espera del patíbulo. Ahora, tras la transformación, se exhiben altivas, enhiestas en sus podios, mirándonos por encima del hombro y susurrándonos: “¿Te has fijado en este cuerpo?”

Cuando observamos este curioso material, tan mimoso, nos damos cuenta de lo oportunas que son esas puertas macizas a otros mundos que tan insistentemente nos muestra Fausto. Porque, atravesándolas con nuestra mirada, entramos en el interior de sus volúmenes, y allí, en un viaje espectral –inevitable recordar aquella película “Viaje alucinante” en la que unos científicos reducidos al tamaño de un virus oteaban el interior del cuerpo humano- vamos descubriendo en su interior exámenes suspendidos, correcciones en rojo, notas al margen, propaganda inútil, estadillos de matrícula… e incluso restos orgánicos y cartas de amor. Esa es la literatura chusca que ocultan las piezas macizas de las obras que se exhiben. Una literatura confusa y revuelta que, tras el tratamiento de mojado y apelmazado, se convierte en clave secreta para entrar a esos mundos de papel. Allí, los restos mortuorios, ahora redivivos, se entrelazan, las fibras se cruzan, se dan la mano, y en una danza diabólica, conforman una estructura gigante que Fausto utiliza a su antojo. En ese microcosmos apelmazado, conviven los papeles de seda con los florentinos, las papelinas de colores con la estraza de olor a sardina, los barquitos con los matasuegras de carnaval. Todos juntos y revueltos en una promiscuidad prohibida para los humanos. Los restos de tinta de bolígrafo ponen los puntos sobre las “íes” de las letras impresas de las facturas, y el reverendo papel-biblia le cuca un ojo a una pintada erótica de rotulador. Ese es el hormigón que elabora Raúl y que modela en piezas diseñadas por Fausto. Más tarde se estampa la huella de un símbolo, que cruje en la profundidad de la pasta, o toca organizar el puzzle y convertir todo aquello en un Rocinante altivo y elegante o en una puerta sintoísta.

            A las piezas de pasta de papel, Fausto ha añadido estructuras de madera, herrajes, bisagras, angulares y ferralla diversa que une y da una dimensión coherente al espacio. El resultado es una colección de elementos cotidianos de lo más estimulante: escaleras de caracol que no desembocan en ningún lugar, sino que juegan con el vértigo de la mirada; vallas de troncos robustos que asemejan talanqueras de fiestas; pequeñas ventanas donde asomarnos al espacio vacío; colecciones de “gongs” orientales colgados a la intemperie en armazones de madera, oscilando con el soplo del cierzo; rodajas, cruces, libros, ventanas, burbujas, tablones, tabiques… muestras de la vida cotidiana realizadas en un material nada cotidiano, una suerte de bizcocho pastoso y elegante, con sabores a apetitosa galleta de nata, de tacto crujiente, al que sólo falta un baño de chocolate para convertirse en tarta de cumpleaños o en adoquín de turrón. Esta suerte de  sencillos ingenios nos hablan en un lenguaje poético sincero y directo, si andarse con circunloquios ni arabescos. Las piezas se nos muestran con cierto descaro, sin remilgos, sin retoques que edulcoren su acabado primitivo, conservando la esencia de una expresión brutal que alcanza esa materia mórbida. Realidades deformadas, espectros rutinarios, puntos de vista, rincones elegidos… una fauna de objetos que nos enseñan hasta dónde se puede llegar cuando la química y la escultura, ciencia y arte, unen sus fuerzas en una doble dirección: reciclar y ordenar. Señoras y señores, pasen y vean esta muestra de pequeños mundos que los magos Fausto y Raúl han convertido en papel. Notarán cómo, al rato, ustedes también se sentirán figuras de papel que pasean por un universo onírico de papel. Vida de papel.

© Fernando Palacios, 2008

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