Programa radiofónico nº 13 de “Sonido y Oído”, realizado por Fernando Palacios para Radio Clásica de RNE en el año 1991/92.
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Una pequeña e intrascendente narración basada en un hecho real: un paseo con un niño de cinco años. Acompañados por una selección musical, contamos lo acontecido en un paseo que, a puro echarle imaginación, acabó convirtiéndose en el ‘camino mágico de la aventura’.
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♫ Era un día como hoy, con frío, de vacaciones y en familia. Estábamos en el pueblo pero tanto daba. Aquel ambiente era igual que en la peor de las ciudades. Pablo, mi sobrino, se aburría como una ostra. A sus cinco años tenía ya más juguetes que todos los que hubiera podido haber soñado yo en mi vida: naves espaciales convertibles, camiones volquetes dirigidos, arquitecturas, talleres polinosequé, ejércitos de indios, motos. Pero allí estaba, sentado ante la televisión a punto de dormirse de aburrimiento. La tele por su parte, se encargaba esos días de vacaciones invernales de poner películas infantiles, dibujos animados y anuncios de los mismos juguetes a todas horas. Aquello era insoportable. Había que hacer algo. Pero ¿qué? ♫.
Se había terminado mi repertorio de cuentos y de canciones. Le había hecho todos los juegos de manos, de cartas y de magia que sabía. Estaban agotadas todas mis posibilidades. Aquellas Navidades habían podido conmigo. No quedaba ya más que el terrible recurso de la tele. Y allí estaba Pablo. Con sus pocos años y ya pasando del mundo, unido a la pantalla y con el cerebro a cero. No podía ser. Había que hacer algo. Pero ¿qué? ♫.
La televisión seguía impasible. Dibujos violentos de feísimos monstruos que destruían todo con rayos láser. Acaramelados amores entre ridículos niños de ojos gigantes. Estúpidos gatos apaleados por ratones. Estaba clarísimo: ¡tanto dibujo animado no podía ser saludable! Había que hacer algo. Pero ¿qué? ♫
¡De repente se me encendió la bombilla! ♫
– Ya sé lo que podemos hacer. Daremos un largo paseo con Pablo.
– ¿Cómo se te ha podido ocurrir tal cosa? dijeron rápidamente sus abuelos a coro, ¡con el frío que hace! ¡Cogerá un resfriado, anginas, gripe, pulmonía, tuberculosis! ¡Qué idea, un paseo, habráse visto!
– Si, un paseo, un paseo abrigado que le desconecte de esta terrible monotonía, que le dé un poco de aire en la cara, a ver si se le va ese color de acelga, ¡hombre!.
-Nada, nada, peligrosísimo, -dijeron-. Además, no está acostumbrado a hacer eso. Mejor, así será el primer paseo largo de su vida, repliqué.
Que sí, que sí, que sí, que no, que no, que sí, que sí sí, que si no… hubo una larga discusión. Al final llegamos a un acuerdo: que lo decida el niño. Me dirigí a él y le pregunté:
– Pablo ¿te apetece dar un largo paseo con nosotros? Mira iremos tu tía Menchu, tus padres y yo ¿eh? El niño contestó con desgana:
– No puedo, ¿no te das cuenta de que estoy viendo los dibujos o qué? ♫
Entonces le dije al oído:
– Es que no es un paseo normal. Éste es el paseo mágico de la aventura, donde vas a encontrar unas sorpresas que jamás has imaginado.
Pablo me miró y después de un largo silencio dijo: ¡vamos! Le pusimos un abrigo, guantes y bufanda, cogimos la merienda y nos marchamos a hacer un recorrido por las afueras del pueblo. Hoy os voy a contar las incidencias de esa caminata. Hoy el programa se titula UN PASEO CON PABLO ♫.
La suerte estaba echada. Le había prometido a Pablo que sería un camino mágico de la aventura y no tenía ni idea de cómo hacerlo. Pero ya se me ocurriría algo durante los cuatro kilómetros que tenía por delante. Además, ese paseo lo había hecho muchas veces con mi querido amigo Bola. Eso era una ventaja, porque el recorrido me lo sabía de memoria ♫.
Contaba además con la colaboración de su tía, de sus padres y de mis bolsillos que siempre, no sé por qué, están llenos de cosas pequeñas. Ese día llevaba, además del pañuelo, la cartera y las llaves, una pitillera de hojalata, un mechero Bic de gas, un diapasón de golpear, una armónica enana metida en un cofrecito de tela, un minúsculo aparato de radio a pilas con auriculares, y un llavero que era un pito inglés típico. Lo primero que hice fue, sin que me viera nadie, esconder el pito inglés bajo la alfombra. Para algo serviría, suponía yo. Y como primera medida me coloqué una bufanda de sombrero para dar mayor sensación de explorador, y comenzamos el paseo ♫.
Nada más empezar nos encontramos en el camino con una rama seca caída de un árbol, de unos dos metros. La cogimos, le até la bufanda y se convirtió en un magnífico estandarte, como los que llevaban los romanos ♫.
Todo lo que íbamos encontrando en el camino lo atábamos a nuestro precioso estandarte. Al rato ya le habíamos colocado una zapatilla vieja, un cable, una manzana mordida, una cinta de casete rota, dos latas de conserva y unas florecillas de invierno ♫.
Naturalmente aprovechamos la oportunidad para teatralizar aquella situación. De los ejércitos romanos, pasábamos a tempestades marinas ♫. De las tempestades a peregrinaciones medievales ♫. Pablo no conseguía cerrar la boca de asombro. Nosotros estábamos pasándolo en grande y eso que aquello no había hecho más que empezar ♫.
Seguíamos nuestro paseo. El camino se ponía cuesta arriba y, ¡atención!, pasaba bajo las vías del ferrocarril haciendo un pequeño túnel. Eso sí que había que aprovecharlo bien. ¿Qué hicimos? Organizamos un rito arcaico con la resonancia del túnel esperando a que pasara el TER de Madrid.
– Cuando pronunciéis las tres palabras mágicas se moverán las paredes y llegará hasta vosotros un enorme ruido que rápidamente desaparecerá. Repetid conmigo:
- – ¡Pusbundia!
- – ¡Pusbundia!
- – ¡Porlejo!
- – ¡Porlejo!
- – ¡Manús!
- – ¡Manús!
♫ El rito y el paso del tren tuvieron un éxito tremendo que ayudó a Pablo a olvidarse de que ya había paseado más que en toda su vida. Comentando detalles del rito seguimos la caminata ♫.
Sin que Pablo se diera cuenta me adelanté unos metros y escondí el mechero bajo una lata de pintura blanca y puse al lado una hoja de papel que destacara. Luego le dije:
– En este camino mágico de la aventura se acerca el primer tesoro. Para encontrarlo aquí tienes este mensaje:
♫ ‘‘El fuego blanco se aloja entre la lata y la hoja’’ ♫ Pablo se aprendió el mensaje y repitiendo, repitiendo, repitiendo, (con alguna pista, claro) encontró el tesoro ♫.
Después de decir las tres palabras mágicas encontró bajo la lata y junto a la hoja ¡un mechero blanco que encendía! La emoción era intensa ♫.
Pablo no se podía explicar tanta maravilla. Mientras tanto seguíamos nuestro paseo ♫. Mientras su tía y sus padres le distraían un momento, me adelanté y en una rama bajita de un árbol coloqué el cofrecito azul con la armónica dentro. Después le dije: “El segundo tesoro ya está a la vista. El mensaje es el siguiente ♫ : Sobre una rama me encuentro. Soy cofre con música dentro’’ ♫
No es difícil imaginar lo ocurrido. Encontró el cofre. Lo abrió. Y vio la armónica que tantas veces me había visto tocar. Pero daba igual; era un auténtico tesoro de aquel camino mágico de la aventura ♫. Con la armónica tocamos una canción que nos sirvió de himno del paseo ♫.
El camino también nos mostraba sus sorpresas que eran convenientemente anunciadas. La llegada al Canal de Lodosa y los juegos con la corriente y barcos de papel ♫. La presencia de un árbol quemado que descubrimos bajo una gabardina ♫. Las flores del mal cuyo paso dejamos a un lado ♫.
El camino llegaba a su fin y con él los últimos tesoros ♫. El diapasón clavado entre la hierba se convirtió en una flor de plata que sonaba cuando se golpeaba ♫. La pitillera llena de guijarros escogidos resultó ser una caja de piedras preciosas ♫. De entre la paja del campo surgió un diminuto auricular con música. Pablo acercó el oído y ¡anda, sonaba solo y además nunca había escuchado algo tan bonito! Era mi aparato de radio a pilas que había escondido previamente entre la paja que emitía Radio 2 Clásica, evidentemente. En ese preciso momento sonaba esta música ♫ ¡Claro, con Radio 2 es muy fácil acertar! ♫
Volvimos ya a casa. Pablo estaba entusiasmado y agotado. Llevaba consigo un estandarte lleno de deshechos, un mechero de veinte duros, una armónica en miniatura en su cofrecito, un diapasón, una pitillera de hojalata con piedras, un aparato de radio de bolsillo y aún encontró un último tesoro: bajo la alfombra había un pito de oro ♫.
El paseo terminó. De todos aquellos tesoros se quedó sólo con el pito. Los demás tesoros no le importó en absoluto devolvérmelos. Lo importante había sido el momento de encontrarlos. De esta manera podríamos jugar muchas más veces. Pablo comprendió el juego a la perfección. Desde entonces, cada vez que me ve, me pide que hagamos más caminos mágicos de la aventura. Ya no tengo que engañarle ni que esconderle cosas. Simplemente le cuento historias sobre los objetos que nos encontramos y él descubre, de paso, el placer de pasear. No tiene mayor complicación ♫.
¿Cuántos paseos mágicos de la aventura habéis hecho vosotros este año? ♫ Pues no sé en qué pensáis. La emoción puede estar poco más allá del portal de vuestra casa ♫.
El próximo programa lo vamos a dedicar a un tipo de instrumentos musicales. Estaremos ENTRE LAS CUERDAS.
En el paseo nos ha acompañado Carlos Arévalo.
Hasta entonces, adiós y adiós.
© Fernando Palacios